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sábado, 19 de octubre de 2013

La partida

Para el resto del mundo aquel vacio suponía una tara con la que yo debía vivir.

Sin embargo, para mí era simplemente una marca de guerra, una muesca más en la culata de aquel adversario que hacía meses vivía conmigo
.
Era un enemigo duro, sin duda el más duro al que me había enfrentado, aunque eso no me hacia tirar la toalla.

Yo le hacía creer que tenia la batalla ganada, que sería pan comido, pero todo era una estrategia para acabar con él.

La realidad es que yo era la rival más fuerte a la que se había enfrentado nunca, una luchadora incansable que utilizaba todos los medios a su alcance para ganarle.

Combatía con una sonrisa el dolor, con una palabra de ánimo el desconsuelo, con maquillaje las marcas de mi piel, con dignidad las nauseas que me provocaba.

Y en cada uno de esos gestos ganaba puntos en la partida mortal.

No estaba sola en ella.
Me acompañaba mi chico, el Rey Blanco de la partida, pero también hombres y mujeres de batas blancas que ejercían de peones y torres, de alfiles y caballos y  que con cada uno de sus movimientos intentaban frenar al poderoso y cruel Rey Negro.

En estos momentos la partida está en tablas, pero mi próximo movimiento será imparable, lo rodeare con todas mis piezas y acabare con él. Sera eso o perder la batalla, pero nunca me daré por vencida.

Tengo que reconocer que al principio de todo, al enterarme de quien me retaba, tuve miedo.

Pero aquello solo duro unos minutos, los que tarde en bajar desde la consulta de aquel hospital hasta el parking donde tenía mi coche.

Al montarme en el ya sabía que había empezado una batalla cruenta, que me dejaría secuelas importantes y que en el peor de los casos acabaría conmigo.

Marque el teléfono de mi pareja y sin ningún tipo de preámbulos, con la naturalidad de quien ya ha aceptado el rol que debe asumir en este juego, le dije que tenía cáncer de mama.


sábado, 31 de agosto de 2013

La gemela


Sara andaba de nuevo de espaldas. Era algo que hacía desde siempre. Con un año recién cumplido sus padres la llevaron por primera vez a la playa y de repente, cuando nadie lo esperaba, comenzó a andar sobre la arena. Pero de espaldas.

Nadie pudo explicar nunca semejante suceso, no era nada normal que un bebe diera sus primeros pasos hacia atrás, pero es que Sara no era una chica corriente.

En su corta memoria de solo seis años no estaba aquel recuerdo, pero ella sabía que le llevaba a hacerlo.
De espaldas podía ver como la espuma que dejaba las olas al romper en la orilla, borraba las huellas de sus pies al volver al mar y aquello la fascinaba.

Hoy el agua que llenaba sus huellas antes de borrarlas presentaba un colorido especial, un arcoíris de luz hechizante, hipnótico.

Y sin darse cuenta ando muchísimo, más de lo que hacía siempre, tanto que al levantar la vista comprobó con sorpresa que la playa estaba desierta.

No entendía que estaba ocurriendo, pero en su ingenuidad decidió darse la vuelta y volver de espaldas hacia el lugar de donde partió. Sin duda aquello haría volver todo a la normalidad
.
Cerró los ojos, giro sobre sí misma y dio cuatro pasos hacia atrás antes de decidirse a abrirlos.

Lo que contemplo la dejo atónita. Frente a ella, como por arte de magia, estaba una niña con su misma cara, su mismo pelo y su misma cara de asombro…

Se pellizco la cara para asegurarse de que no era un sueño, pero aquella gemela inesperada no desapareció.
Volvieron sobre sus pasos, ambas, hasta encontrarse tan cerca una de otra que podían tocarse.

- ¿Quién eres?- pregunto.
- Yo soy Sara, ¿y tú?
- No puede ser, no eres real, tal vez el sol me ha dado demasiado tiempo en la cabeza.
- Perdona, pero creo que eres tú la que no existe, debes ser una alucinación.

La fantasía la había acompañado siempre, pero aquello superaba todo lo que había vivido hasta este momento.

- ¿Qué haces aquí?, ¿por que eres como yo?
- ¿Yo?, pero si solo quería ver mis huellas borradas, y de repente me encontré sola.
- ¿Sola?, ¿y te giraste con los ojos cerrados esperando que todos volvieran?
- Claro, y entonces apareciste tú, bueno yo…  ¿Qué está ocurriendo?

¡SARA, VUELVE, POR FAVOR!, ¡NO TE VAYAS! ...

      - ¿Lo oyes?, son mis padres quienes gritan.
      - Te equivocas, es a mi a quien buscan. Dame la mano y te lo demostrare. 

Por un momento dudo, le tendió la mano, pero algo le dijo en el ultimo momento que no era buena idea.

      - Sabes, no me fío de ti.

Sara se volvió y echo a correr, pero de repente, la que parecía ser su gemela, la alcanzo tirándole del pelo y arrastrándola hacia el mar.

Era tan fuerte que no podía impedirlo, y cuando quiso darse cuenta su cabeza estaba sumergida y su boca se llenaba de agua salada.

¡SARA, DIOS MIO, SARA!...

A través de la espuma contemplo como ya no existía la chica, por el contrario era una espantosa medusa quien la ahogaba sujetándola con sus tentáculos.

¡MI HIJA, POR FAVOR!...

Pero sus padres la llamaban, y no iba a dejarle ganar.

En un último esfuerzo, levantó la cabeza  y llenó sus pulmones de aire.
El monstruo desapareció, y al volver la cabeza pudo ver a su madre sonreír, a su lado, arrodillada entre la espuma que batía con fuerza aquellas rocas que nunca antes encontró en sus paseos, en sus extraños paseos.

martes, 11 de junio de 2013

La sombra



La sombra, estilizada, se reflejó de repente sobre el Mickey Mouse que adornaba la pared de su cuarto.

Aquella era sin duda la silueta de quién le tranquilizaba contándole cuentos en las noches de tormenta, de quién lo comía a besos al recogerlo del cole, de aquella que parecía feliz a los ojos de todos. Brillante y luminosa estrella en la calle pero triste y taciturna luna cuando la oscuridad llegaba a casa.

Sonrió al verla convencido de la proximidad de un abrazo, pero su boca se tornó en mueca al oler desde su cama el miedo y la desesperación de su madre.

Aquel olor no era desconocido para él. Se había convertido en algo cotidiano solo superado por el aroma a alcohol que acompañaba siempre a su padre.

El mismo que acababa de entrar en su habitación llenándola de gritos y rompiendo en su locura a "Brisa", su pequeño caballo de madera.

Sintió escalofríos y elevo inconscientemente sus rodillas hasta el frágil pecho mientras las rodeaba con sus brazos.

Asustado tapo su cara con las sabanas justo hasta debajo de sus ojos, lo justo para poder ver que ocurría.

Frente a él, en una esquina de su pequeño reino, la maldita e inmensa oscuridad golpeaba sin descanso a la delicada sombra que entre lágrimas suplicaba que parara, que no le pegara más.

Quiso saltar de la cama, plantarle cara a la interminable noche que nunca daba tregua al día como lo habrían hecho los superhéroes de sus comics, pero se sabía pequeño e impotente ante la sinrazón.

Todo aquello era un dejà vu, una escena dolorosa vivida demasiadas veces, pero que aquella noche tenía un giro imprevisto.

Fue muy rápido. Un destello metálico reflejado en los planetas que su lámpara dibujaba en el techo, un gemido seco y mortecino, pecas rojas sobre la pared blanca y el silencio.

Su madre ya no lloraba, tan solo era un ovillo manchado a los pies de su maltratador.

Observo cómo este limpiaba la navaja en su camisa y como giraba su cabeza con los ojos inyectados en sangre clavados en él.

Y termino en su ingenuidad por tapar sus ojos con las sabanas,, tal como su madre le había enseñado a hacer para convertirse en el hombre invisible.


domingo, 13 de enero de 2013

La deuda


Al despertar, posiblemente por el fuerte dolor de cabeza que tenía, note que aquella maldita luz de neón parpadeante ya no se filtraba entre las rendijas de mi ventana. La habitación estaba oscura como nunca antes lo había estado y curiosamente tras tantos años de farfullar y maldecir por esa iluminación rojiza de mi cuarto, me sentía un poco agobiado ante la falta total de claridad.

Por un momentome sentí ciego y sordo por la falta de sonidos, aunque caí rápidamente en la cuenta de aquellos cristales antiruidos que decidí instalar al poco de vivir allí.

Volví la cabeza para descartar la ceguera y suspire con alivio al ver parpadear las 3:30 en el despertador digital que había sobre mi mesita de noche.

Aun así presentía que algo no iba bien. Era la primera vez, desde que vivía en esta maldita casa, que el puticlub de abajo cerraba antes de las cinco de la mañana. Tal vez el “Angello” no era el mejor lupanar de Madrid, pero a clientela no le ganaba nadie. Quizás fueran sus cubatas a ocho euros, los más baratos de todas las güisquerías de la ciudad, o tal vez en su momento los grandes y famosos pechos de Susana. Las mejores tetas del ramo según reconocían puteros de postín, los mismos que antes pagaban por un rato de placer con ella, mi mujer.

Es curioso lo rápido que había pasado todo.

Cuando la conocí, sumido en una gran depresión, me costó cincuenta euros y una copa de güisqui, media hora con ella. Mi primera vez, mi primera mujer y en un lugar que por mis convicciones católicas había jurado siempre no pisar. Ella acababa de llegar de Rumanía  y para cuando se acrecentó su fama siguió ganando lo mismo pero su proxeneta subió el precio hasta los 100€. Esto en un club de alterne de segunda categoría era, digámoslo así, el tope de gama.

Fueron muchos cientos de euros los que gaste y en cada uno de ellos crecía en mí un sentimiento difícil de explicar. Tarde en reconocerlo, ya que nunca antes lo había experimentado. Cuando entendí lo que me pasaba, aunque confundido, no lo dude y una noche le pedí que se casara conmigo. Acabábamos de echar un polvo y era la primera vez que me atrevía a decirle unas palabras.

-          ¿Quieres casarte conmigo?, - le dije -.
-          ¿Pero está usted loco? Nunca abrió la boca, y, ¿lo hace para pedirme esto?...

Aquel día no dije nada más, me subí los pantalones y me marche rápidamente. Tras aquello no volví a tener sexo con ella durante meses. Subía a su habitación todos los sábados, previo pago, y durante los mejores treinta minutos de la semana charlábamos sobre su vida y la mía.

Me contó que había pagado mucho por venir a España con la promesa de poder trabajar aquí como empleada del hogar, pero que al llegar la habían metido en ese maldito antro y que si escapaba antes de pagar su deuda matarían a toda su familia. Me contó que era infeliz, que tenía mied, y que le daba asco lo que hacía pero que conmigo se sentía bien. Que yo era el único hombre con quien se encontraba segura.

Y un día, sin yo esperarlo ni volvérselo a preguntar, me dijo que sí, que quería casarse conmigo pero que no podía dejar aun su trabajo.

Me sentí tan feliz que la cogí en mis brazos y esa noche después de tantas con sexo y sin él, hicimos el amor.

Al día siguiente conté la noticia a mis padres y a mi único hermano con la esperanza de que la aceptaran de la mejor manera.

La primera en reaccionar fue mi madre y no asimilo bien la noticia.

-          ¡Con una puta!, ¡con una puta te vas a casar! ¿En que hemos fallado hijo, dime, en que hemos fallado tus padres? – gritaba mientras lloraba -

Mi padre fue todavía más duro.

-          Toda la vida pagándote unos estudios, una buena educación y ahora te vas con la primera pelandrusca que te la pone tiesa. Lárgate de esta casa y no vuelvas más.

Y mi hermano se burlo de mí.

-          Joder yayo y esta qué, ¿la chupa bien? Jajaja, ten cuidado no pilles la gonorrea, jajaja. Menudo pringao, te va a sacar hasta los ojos.

Yo mande educadamente a todos a la mierda, cerré la puerta de casa y me fui.

Peor fue convencer al dueño del prostíbulo de que, “su mejor empleada”, no volvería a trabajar allí. No iba a aceptar que aquel individuo siguiera explotándola.

-          Chico, esta es la que más dinero me deja, si crees que se va a ir de aquí sin más, sin pagar su deuda, estas muy equivocado. Tengo muchísimas chicas y no sería un buen ejemplo, ya me entiendes.

-          Sabe, -le dije, sacando valor de donde nunca lo tuve-, no me importa lo mas mínimo lo que le deba y menos aun me importa lo que puedan pensar sus chicas. Ella se viene conmigo y procure que nadie la moleste, o no dudare en denunciarlo y arruinarle la vida. ¿Me entiende usted?

Hubo muchos más insultos y amenazas mutuas, pero cuando comprendió que no me echaría atrás, no dijo nada mas, se limito a mirarme fijamente y a cruzar su cuello con su dedo índice.

Susana no volvió a pisar aquel lugar y cinco días más tarde nos casábamos en los juzgados de Madrid, solos, sin nadie que nos acompañara.

Podíamos haber alquilado cualquier otro piso pero decidimos quedarnos justo en este, enfrente mismo del “Angello”.

El mismo donde somos felices, el mismo que ahora está totalmente a oscuras, silencioso, el mismo donde hace un rato he despertado aturdido, algo desorientado, como si estuviera drogado.

Estiro mi mano para encontrar a Susana, para decirle que me encuentro mal, pero no hay nada al final de mi brazo, solo el vacio.

Me incorporo en la cama de forma súbita y de repente mi boca sabe a hiel y mis manos empiezan a temblar.

De un salto alcanzo la ventana, abro las persianas y de manera instintiva fijo mi vista en aquel letrero que tanto odio.

Esta oscuro, apagado, pero entre las enormes piernas cruzadas de aquella odiosa chica de neón puedo ver una silueta desnuda iluminada por las sirenas de varios coches de policía. Atada por sus muñecas a aquellos grandes tacones habitualmente rojos y ahora en penumbra. Crucificada de alguna forma a su particular Monte Calvario.

Sobre su cabeza, en forma de corona, su epitafio:

“Con la muerte, se acaban las deudas”


viernes, 14 de septiembre de 2012

Juguetes rotos


La famélica sombra abandonó las sabanas de seda para acercarse hasta la ventana de su habitación de hotel. Estiro su estilizado cuello e inspiro profundamente en busca de una bocanada de aire fresco que llevar a sus jóvenes pero nicotinados pulmones.

Estos, poco acostumbrados, se quejaron con un acceso de tos que consiguió hacerle asomar alguna lagrima a sus ojos color almendra, aunque rápidamente las enjuago con el dorso de sus cuidadas manos, tiznando de rímel su cara.

Al fondo de la gran avenida, de otra gran ciudad más, pudo ver como varias chicas jóvenes charlaban animadamente ajenas a todo lo que les rodeaba.

Podían pasar perfectamente por las compañeras de la universidad que abandono prematuramente.

Las mismas que suponía seguían estudiando, las mismas con las que cada tarde bajaba hasta el parque para hablar sobre que chico le gustaba a quien, sobre cuál de ellas había sido la primera en convertirse en mujer, sobre lo complicado que era entender a unos padres tan antiguos y estrictos.

Sonrió al recordar todo aquello, y mecánicamente tomo entre sus dedos una porción de la cocaína que había conseguido el día anterior.

La esnifó antes de ir al baño para vomitar lo que acaba de comer, tal como acostumbraba. Era parte de su rutina diaria. Nada nuevo, excepto por el pequeño hilillo de sangre que corrió por su nariz hasta ser arrastrado por el agua de la ducha que empezó a tomar.

Mientras recorría su cuerpo, aun pegajoso por el semen del desconocido que dormía en su cama, noto que algunos de sus huesos empezaban a ser demasiado evidentes. Los pechos, antes llenos, estaban ahora rodeados por costillas que marcaban su escote. Su cintura era tremendamente afilada y casi carente de carne. Aquello era perfecto, justo lo que le exigían.

Pero ya nada tenía que ver con aquella chica que atrajo la atención de un cazatalentos mientras paseaba por las calles de Madrid.

Desde entonces todo había transcurrido demasiado rápido, como un huracán descontrolado que arrasa todo a su paso.

Solo sabía que casi a diario tomaba aviones y despertaba en ciudades diferentes, que firmaba autógrafos a desconocidos,  que atendía ruedas de prensa y desfilaba en pasarelas junto a chicas que, como ella, no superaban la talla 36. Que sus mejores amigas eran ahora las drogas y el dinero. Que estaba realmente sola.

Solo sabía que a sus 19 años se había convertido en una marioneta cuyos hilos movían otros a su antojo, un juguete roto obligado a sonreír.

Dejo caer sobre la cornisa la toalla que cubría su cuerpo y, con la cara lavada, sin maquillaje ni joyas, dio su último paso hacia la pasarela etérea que la esperaba.  


jueves, 26 de abril de 2012

La estación

Durante meses había podido verla en el mismo lugar.

La señora estaba siempre sentada junto a la escalera mecánica, con sus rodillas pegadas a la cristalera que, desde lo más alto de la estación, nos separaba de los trenes que abajo en las vías iban y venían continuamente.

Con la mirada fija al frente, sin inmutarse ante el constante trasiego de viajeros que pasaban a su lado ignorando su presencia.

La primera vez que la vi no le preste demasiada atención. Al fin y al cabo solo era una persona mayor que utilizaba su tacatá para descansar mientras, suponía, esperaba su tren.

Y es que yo siempre acababa bajando al andén,  en busca de mi vagón, mientras ella se quedaba allí.

Pero con el paso de los días mi curiosidad por aquella mujer se incremento, y mi mente empezó a formar historias unas veces alocadas, otras sin sentido, sobre el motivo de su estancia en aquel sitio. Justo en aquel sitio, ni un centímetro más a su derecha o izquierda, hacia delante o atrás, siempre el andador perfectamente alineado en las mismas baldosas.

Un día, obsesionado con ello, decidí perder mi tren con la esperanza de comprobar que la llevaba hasta aquel mirador de historias.

Durante un buen rato no paso nada. Ella continuaba allí, la vista fija, inmóvil.

Hasta que de repente observe como giraba su cabeza hacia la escalera mecánica a su izquierda.

Como un resorte me levante del asiento en que me situaba tras ella para poder ver lo que había despertado su atención. Nada, en ese momento la escalera estaba vacía, no había nada, ni nadie.
.
Aunque ella parecía seguir con su mirada alguien, o algo, que subía hasta allí.

Y fue justo cuando su cabeza paro de seguir aquello que yo no veía, pero que ya estaba junto a ella, cuando la vi sonreír.

Levanto sus manos en un abrazo lleno de amor, se fundió en un largo beso inundado por lágrimas, y aunque con dificultad por el ruido que un cercanías formaba a su llegada, puede escucharla claramente decir… “Miguel”.

Tras esto, se levanto poco a poco, y parsimoniosamente arrastro su andador hasta salir de la estación.

Perdi el tren durante tres días más, y en ellos siempre ocurrió lo mismo. Como si de una coreografía se tratara.

Pense que la demencia senil había hecho mella en aquel frágil cuerpo, y decidí olvidarme del tema.

Pero hoy, la señora no está allí, las baldosas no están ocupadas y no hay rodillas que choquen con la cristalera.

Me monto en mi tren preguntándome que habrá sido de ella, y entonces un revisor se acerca hasta mí para pedirme el billete.

Se lo doy, pero no puedo evitar preguntarle.

- Perdone, no quisiera molestarle, pero supongo que también usted habrá visto la señora que todos los días se sienta en su tacatá, justo arriba. Hoy no se encuentra y me preguntaba que ha podido ocurrirle.

- ¿La Señora María? Hace meses que murió.

- Disculpe, creo que no hablamos de la misma persona. Es una señora muy mayor que aprovecha su andador para descansar.

- Señor, esta señora la conocíamos todos los que trabajamos aquí, y murió hace varios meses en el mismo lugar donde esperaba diariamente a su novio de toda la vida, Miguel, el cual hace muchisimos años que marcho en un tren y nunca volvió. No tiene más que hablar con cualquiera de mis compañeros y se lo confirmara, es una historia muy triste. Tome usted su billete
.
Mientras el revisor se aleja tengo una sensación rara, de desasosiego. Me cuesta respirar mientras hilo los detalles…  Las mismas baldosas ocupadas, los mismos gestos siempre, el mismo tono de voz, las cientos de personas que pasaban a su lado sin mirarla…

Debo estar volviéndome loco, pero ha sido todo tan real, tan jodidamente real…


jueves, 19 de abril de 2012

Bigotes

Acostumbro a vestir un chaleco de punto rojo, bufanda naranja y pantalones de pana a juego, pero, soy un conejo de cuento. Y es que aunque en mi hogar se vivan batallas fantásticas entre dragones alados y caballeros enamorados de princesas cautivas en torres interminables, siempre me he sentido diferente al resto.

Entre las paginas donde vivo existen también sapos encantados en busca de un beso, enanitos que trabajan de sol a sol, madrastras malvadas, cerditos que hablan, lobos sedientos de sangre, patitos feos y bellos cisnes…  todos reunidos en el gran libro de cuentos ilustrado que cada noche lee Eva. Si, Eva, la niña que nos da vida.

Hasta esta noche Bigotes, que así me llamo, ha conseguido escapar de la mirada ávida de historias que recorre cada noche las hojas animadas de mi mundo.

A veces me escondo en el bosque encantado donde ronda la peligrosa bruja de la cesta, otras en la casa de chocolate de Hansel y Gretel, y la mayor parte de las veces opto simplemente por camuflarme tras la gran planta de habichuelas mágicas.

Mis planes, que hasta ahora he mantenido en secreto, hacen imprescindible que permanezca oculto de esos enormes ojos azules que una vez puesto el sol invaden mi hogar. Más aun cuando la leyenda cuenta que si eres visto por ellos, tus trazos y colores permanecen para siempre en este lugar. Algo que no estoy dispuesto que ocurra.

Tome la decisión de escapar aquella vez que, huyendo del ejército de naipes de la Reina de Corazones, acabe por topar con una interminable pared blanca. Aquel descubrimiento me hizo comprender que esta morada que yo creía sin fronteras, este lugar donde ocurren hechos inexplicables, es sin embargo una prisión de la que nunca podré salir.

Y, aunque una vez cerrado el libro cada noche todos mis compañeros se mezclan creando nuevas historias,  dibujando cuentos aun no escritos, contándose fabulas con moralejas insólitas…  incluso así, teniendo la suerte de vivir en este mundo fantástico, no he vuelto a ser feliz tras descubrir el muro de papel.

Por ello, mientras permanezco escondido a la espera de que el sol nocturno y diario se apague, mientras que mis compañeros aprovechan ese momento para jugar a ser escritores de sus propias historias, dibujantes de sus propios trazos, editores de sus relatos… mientras ocurre todo esto, yo, Bigotes, observo detenidamente las costumbres de nuestra dueña.

Lo habitual es acabar en una estantería escoltado por dos libros infranqueables. Uno llamado “La Historia Interminable”, y desde el cual en ocasiones puedo oír un ruido semejante al batir de alas de los dragones que conviven conmigo. Otro, llamado “Peter Pan”. En este último debe haber muchos niños, ya que escucho risas continuamente. Y, muy de vez en cuando, parece que hubiera una lucha a espada entre un adulto y alguno de estos niños. Se ve que no se llevan nada bien.

Pero hay días, mejor dicho, noches, en que ella acaba por dormirse abrazada a nuestro hogar, rendida por el sueño y las emociones de la lectura que le brindamos.

Hoy es uno de ellos, y es por eso que, nervioso ante mi posible fuga, he esperado hasta asegurarme que está profundamente dormida.

¡Un momento!.. ahora, ahora afloja la presión de su brazo alrededor de la puerta de entrada a nuestro mundo.

Doy un paso, otro, ¡otro!, y de repente el olor a lápices de colores y tinta de imprenta desaparece.

¡SI!, una bocanada de aire fresco entra a mi pecho inundando todos mis sentidos, siento la suavidad de la piel de Eva al acariciar su mano… Me siento vivo, recién nacido. Desciendo rápidamente agarrado a los pliegues de las sabanas que cuelgan de la cama, y consigo llegar hasta el balcón abierto que me llevara al exterior de lo que hasta ahora ha sido mi cárcel.

Miro hacia lo desconocido, hacia mi libertad, y… ¿qué es eso?... ¿pero qué ocurre?... ¿por qué ese hombre da una patada a aquel perro?... ¿y aquellos… por qué se gritan, por qué se empujan?... Oh, no, ¿qué es ese ruido espantoso de lo que parece un carruaje metálico?... ¿Y la luna?... ¡No puedo ver la luna!… ni las estrellas,… solo cemento y cristal.

¡Espera!..., no te despiertes, aun no, quiero volver con la Bella Durmiente, con Alicia y sus locos amigos, con la espada encantada… quiero volver al lugar donde todos jugamos continuamente a ser actores para ti… donde los villanos se dejan perder ante ti pero cuando cierras tu libro se sientan alrededor del fuego con sus príncipes, donde el lobo huye ante el mismo cazador con el que después ríe recordando el final del cuento. Donde no existe la malicia.

Abre tu brazo para que pueda entrar de nuevo, y, cierra el balcón. Que nunca entre nadie en tu habitación, que nadie manche nuestro pequeño universo, que nadie acabe con tu inocencia.

Y por favor, encuéntrame entre las páginas de tu libro de cuentos, que tus ojos me fijen para siempre en ellas.


domingo, 11 de marzo de 2012

Maldito...

Guardo en la carpeta de olvidados muchos relatos, muchísimos.

Algunos por su pésima calidad, otros, inacabados, y los que mas, terminados pero condenados a no ver nunca la luz por diferentes motivos.

Entre ellos se encontraba este.

Me llevo cinco minutos escribirlo tras ver la noticia que un telediario emitía, y durante cinco años ha dormido junto al resto.
Y como en todos, o en la mayoría, también este lleva parte de mis vivencias en su interior.

Pero a diferencia del resto este se escribió antes de pasar por el trance que ahora, cruelmente, le da sentido.

No puedo decir que sea la primera vez que se publica.
Hace unas semanas, inconscientemente, pero sin duda guiado por la estúpida idea de que al publicarlo tal vez podría burlar el triste final que hace tantos años escribí, lo hice en otro lugar que sabia alejado de personas a las que su contenido podía hacer daño.

Iluso de mi, yo siempre amante de la razón y renegado de supercherías y supersticiones, tan aparentemente frió, tan metódico.
Como pude siquiera pensar por un momento que un acto tan insignificante cambiaría el ¿destino? marcado.

Me cuesta creer lo ocurrido, y cuando miro este relato me es aun mas difícil entender que en aquel momento mis manos escribieran algo que casi con precisión milimétrica se ha cumplido paso a paso.
Como si alguien aquel día hubiera escrito por mi sin yo saberlo.

Mis lagrimas, casi siempre, son privadas. Existen, aunque las guarde para mi. Mi dolor me acompaña, aunque mi cara lo vista de coraza.

Este el el relato, maldito relato, que debí haber borrado inmediatamente después de escribirlo.



MALDITO

Empezaba a ser difícil distinguir entre el hombre y su cadáver.

La miseria en que se había instalado desde el diagnostico de su enfermedad hacia de esta ultima una mera invitada del sepelio que, obstinado él, había instaurado en su rutina diaria.

Y es que, con las heridas ya cerradas o al menos dormidas momentáneamente, el hombre decidió convertirse en un ser autocomplaciente repleto de monosílabos quejosos, de frases lastimeras y dolorosas, para el mismo, pero también para quienes lo rodeaban.

La barba antes siempre bien rasurada pasaba ahora por realizar cameos cada vez mas frecuentes, compartiendo protagonismo en aquel teatrillo junto a el rostro taciturno y las manos cruzadas al pecho.

No importaba cuan buenas podían ser las noticias recibidas durante aquel mar en calma, el marido eligió como pareja la tristeza y el llanto, anticipándose a las posibles, que no seguras, malas noticias que pudieran llegar.

Finalmente la alegría se convirtió en una invitada ocasional y raramente bien recibida.

Pero desaprovechar los días extras que aquella pequeña tregua le había concedido, fue un gran error que no podría reparar.

Porque el dolor irrumpió con tal fuerza que nada pudo detenerlo a su paso, arrasando la ilusión de quienes acompañaban desde hacía meses aquel entierro anticipado que no comprendían, desbocando los caballos de fuego que ocultos habían recorrido su cuerpo durante meses, despertando de su hibernación aquel maldito parasito al que no importaba matar a su anfitrión, aun a sabiendas de que también moriría con él.

Y no hubo vuelta atrás.

El sofá utilizado como ataúd durante meses permaneció vacio para siempre, convertido en sanctasanctórum de sus hijos y esposa.

Las paredes empezaron a olvidar sonidos angustiosos y silencios insoportables.

Los recuerdos humedecidos por miles de lágrimas encontraron acomodo en la resignación.

Aquel año fue el último en que mis hijos pudieron "jugar al monstruo" con su abuelo…maldito cáncer.



sábado, 4 de febrero de 2012

Resurreción


El cuerpo de Amaresh, antes fruto de deseo y pura sensualidad, había dejado atrás todo rastro de aquello para convertirse en un espectro inundado por decenas de moscas que se alimentaban de sus ulceras y pústulas.

Al principio de la hambruna, no hacia tanto, se esforzaba en alejarlas sin éxito, pero ahora reserva sus escasas fuerzas para sobrevivir y sostener con fuerza la débil cabeza de Sehay, su bebe.

En su memoria guarda todavía un rostro perfecto, sin arrugas ni huesos marcados, guarda sus ojos color almendra aun sin hundirse en su cráneo.

Guarda también hijos que enterró en una fosa común.

Sehay, intenta sin éxito mamar la leche que ya no crece en sus pechos secos, y al no conseguirlo llora desconsoladamente.

Esto la mortifica aun mas que los malditos insectos o el dolor punzante que sufre en su estomago, y en un gesto desesperado aprieta una y otra vez sus pezones buscando una gota de oro blanco que calme a su hija, su preciosa hija de ojos verdes.




Pero sus esfuerzos son tan estériles como la tierra seca que la rodea.

A solo unos metros observa como una sombra, su primogénito Kedamawi, ha conseguido agarrarse con sus huesudas manos a una de las flacas vacas paridas que aun conservan, y como desesperadamente gatea bajo ella para mamar de sus ubres junto a un ternero receloso de aquel compañero de mesa.

Kedamawi es sin duda un chico listo, y si el agua corrompida de los pozos no lo hace enfermar de diarrea, o los mercenarios del oro amarillo se lo llevan, tal vez lograra salir con vida de este infierno.

Javier, consternado, contempla la escena desde el hospital de campaña en su ultimo día antes de volver a casa.

Mueve sus ojos del rostro de Amaresh al de Sehay, y niega con su cabeza ante el desenlace que sabe con certeza se producirá.

La facultad le había preparado para la enfermedad, incluso para la muerte, pero a pesar de los muchos meses que han pasado desde que llego, su mente occidental no puede asimilar lo que ocurrirá si no la saca de allí.

-          Por favor - le dice a uno de sus ayudantes- , acaba tú con esta cura. Ahora vuelvo.

Amaresh ve acercarse al chico blanco, e instintivamente aprieta el cuerpo azabache de Sehay contra su ébano pecho.

Javier se arrodilla ante ella y extiende sus brazos, sin hablar, no hace falta entre ellos.

Por un momento duda, mira aquellos ojos claros sin saber qué hacer, pero comprende que ella no importa, que no hay más tiempo, y que su hija merece otra oportunidad.

Las manos negras se unen una vez más con las manos blancas, y Sehay es concebida de nuevo.

domingo, 15 de enero de 2012

Claustrofobia

La sensación de llegar a fusionarme con la multitud se acrecentaba por momentos.

A mi alrededor se encontraban miles de litros de grasa, cientos de olores, y alguna que otra prótesis de silicona que se restregaba insistentemente contra mi codo, por lo que con una visible erección y abandonado a mi suerte,  asumí que la unión molecular sería inminente.

En un último gesto de vanidad, que no de supervivencia, conseguí por un momento liberar la cabeza de la axila pestilente que a modo de mordaza llevaba minutos haciéndome una llave perfecta digna del mejor luchador grecorromano, y que, sin tregua alguna, me obligaba a llevar mi nariz pegada a la espalda de quien yo imaginaba podía ser algún obrero de la construcción por la textura hormigonada de su jersey.

Así fue como se hizo la luz por un momento, permitiéndome observar con mas detalle los especímenes, y objetos, que me acompañarían en aquella metamorfosis no deseada.

Nunca he sido especialmente exigente en ningún aspecto de mi vida, pero debo decir que aquella visión consiguió llevarme rápidamente a un estado depresivo profundo, similar al que me llevo descubrir el origen de aquellos extraños ruidos nocturnos que provenían de la habitación de mis padres.

Y es que aquello más que una masa ingente, que también, era una masa amorfa de la que no podía resultar nada bueno.

Anoréxicos y bulímicos, cuerpos perfectos e imperfectos, indescriptibles siluetas, carritos de bebe, bicicletas de montaña y de carreras, sillitas de rueda, periódicos gratuitos, auriculares cerillosos y eczemas varios se agolpaban, entre otras cosas, en aquel espacio reducido.

Intente en un gesto desesperado zafarme de todo aquello. De la axila pestilente del luchador que de nuevo se aferraba a mi cuello, del áspero chaleco del albañil, del pecho neumático de quien parecía ser una meretriz a punto de jubilarse, del trasero caído del adolescente rebelde, de las rodillas temblorosas del jubilado... Pero todo fue inútil.

Cerré los ojos con resignación deseando que todo ocurriera rápidamente, y fue justo en ese momento cuando una voz femenina susurro las palabras mágicas que acabarían salvándome…

“Próxima parada, Sol”



lunes, 22 de agosto de 2011

La oscuridad

El techo del soportal donde vive Miguel está adornado con multitud de luces incandescentes.

En el dibuja todas las noches sus propias constelaciones y en ocasiones se pierde en los agujeros negros de aquel universo paralelo imaginando que son la puerta de entrada a una bonita casa.

En ella, en el rellano, esta su madre, esperándolo, como siempre.
De repente el olor a tarta recién hecha lo inunda todo.

Su madre es guapa, muy guapa, pero nunca sonríe.

Intenta acercarse a ella, quiere besarla, mimarla, pero en ese momento la oscuridad se apodera de todo y la golpea en el vientre hasta hacerla doblar sus rodillas.

Maldita oscuridad, siempre vuelve a casa con los ojos inyectados en sangre.
Y su aliento…. lo peor es su aliento.

Decide que ya ha sido suficiente, que la oscuridad ha hecho demasiado daño y no puede permitirlo más.

Arranca rayos de sol y los clava una y otra vez sobre ella, con la saña de quien ha sufrido en silencio durante años.

La oscuridad desaparece dando paso al día, pero en su estertor le arrastra consigo sin remedio.

Miguel siente la luz en sus ojos, los abre y ve a una chica joven junto al cajero automático.

Recoge su caja de vino, sus cartones y su manta, y sin decir nada sale a la calle.

Piensa en su madre, en cómo le sonreía al visitarlo en la cárcel, y en el trozo de tarta que le llevo hasta que la enfermedad pudo con ella…


Ahora se sienta y estira la mano, seguro que la noche llega de nuevo pero la oscuridad se ha ido.


sábado, 13 de agosto de 2011

El beso


En los días de sol el patio se ponía a rebosar.

Bajo un roble centenario aparcábamos nuestros carritos y andadores, todos en fila como si a punto de iniciar una carrera estuviéramos, y hablábamos de nuestras vivencias y recuerdos.

Martín, que era el mayor de todos, solía referir aquella ocasión en que, durante la guerra, se salvo de morir fusilado justo en el último momento. Al parecer, en su adolescencia ejerció de monaguillo, y el cura alertado por algún vecino llego corriendo hasta el lugar para pedir que lo dejaran marchar. El resto de condenados en aquel juicio sumarísimo no corrió tanta suerte, y entre otros contaba que murieron dos primos suyos y un hermano de su padre.

Esa vez se escapo de tan fatal desenlace, pero ya hacia dos veranos que apareció muerto en el sillón de su habitación. En sus manos tenía la foto de sus hijos que siempre llevaba en la cartera. La asistenta que lo encontró nos dijo días más tardes que tenia lágrimas en los ojos.

Yo no pude ir al entierro, nunca nos dejaban ir a los entierros de los compañeros, pero me contaron que al mismo solo fue el empleado del cementerio municipal, nadie más.

Su hueco en la parrilla de salida fue ocupado por otro señor que hablaba continuamente de su maravillosa familia, de sus abnegados y cariñosos hijos, de lo buenísimas personas que había criado junto a su difunta esposa.

Esto ocurrió a diario durante varios días, pero una mañana, Clara, que había trabajado toda su vida limpiando escaleras, no soporto más tanto discurso y le dijo con dureza:

-       ¡La familia!.., ¡La familia!... ¡de que cojones está hablando Don Ramón!... ¿donde están esos hijos que ha criado usted mejor que nadie?..., ¿los ve por algún lado?... perdone, pero usted esta tan solo como todos nosotros, tan solo como esta maldita inútil que le habla,  y morirá como nosotros, solo…  así que no me hable de esa perfecta familia que le ha abandonado…

Tras ese día, no transcurrió mucho tiempo en venir a darle su ultimo paseo un imponente Mercedes lleno de coronas repletas de flores,  pero Don Ramón no había vuelto a soltar una sola palabra, ni recibió la visita de nadie.
Curiosamente Clara murió al día siguiente, también sola, como en sus últimos años.

A mí, el resto de residentes me consideraba privilegiada, ya que regularmente recibía la visita de mi única hija, que haciendo grandes esfuerzos venia a verme una vez cada dos meses, o dos meses y medio…

Nunca quise llevarles la contra respecto a esto, porque aunque básicamente la visita consistía en un par de horas sentada en la cafetería más cercana, viendo como mi hija discutía con su pareja mientras yo me tomaba aquel descafeinado con sacarina, al menos podía verla y sentir durante una fracción de segundo, lo que dura un beso, aquella piel que tanto mime y protegí hasta que decidió que yo había pasado a ser un estorbo para su interesante vida.

Mi salud demostró ser de hierro, y lo digo porque aunque perdí la noción del tiempo, fueron muchas las caras nuevas que conocí, y otras tantas las que nunca volví a ver.

Y así ha sido hasta hoy.

Esta mañana al intentar levantarme no podía abrir los ojos, ni moverme, ni hablar. Quería hacerlo, pero no podía.

Desde entonces no he parado de oír como entraban personas en mi habitación, de hecho hacía años que no había tanta gente a mi alrededor.

Uno, que debía ser el médico, ha dicho que he sufrido un derrame cerebral y que no saldré de esta, que solo viviré lo que resista mi corazón.

No sé, debería estar triste tras escuchar esto, pero no lo estoy.

Al contrario, siento una enorme paz en mi interior. La verdad es que ya son muchos años aquí metida, viendo cómo se van unos y otros, y ya estoy cansada.

Solo me gustaría recibir un beso mas de mi hija, antes de morir.

No se ha portado bien conmigo. Me trajo a este sitio cuando yo aun podía valerme por mi misma, me dejo aquí y se fue sin mirar atrás. No le importaron mis lágrimas, ni mis suplicas para que me llevara con ella. Le prometí no molestarla, pasar desapercibida, pero miró a los ojos de su pareja, después a los míos, y se marcho.

Pero es mi hija, yo le cambie los pañales cuando era un bebe, le cure las heridas de sus rodillas cuando estaba aprendiendo a andar, la sostuve entre mis brazos cuando lloro al abandonarla su primer amor…  la quiero…

Por un momento puedo ver el roble centenario que me ha dado sombra los últimos años. A sus pies se encuentra una niña pequeña, vestida de blanco…  Me sonríe, me llama Mama y agita los brazos para que me acerque hasta ella, y yo corro, corro sin parar... Al llegar a su altura la miro a sus ojos, sus preciosos ojos, y en ellos veo un reflejo.  La imagen que devuelven es de una mujer joven, sin arrugas, ni manchas en la piel… Por momentos no me reconozco, pero sí, soy yo… Agacho mi cabeza y sin hablar le pido un beso a mi niña, un último beso…


domingo, 7 de agosto de 2011

Crisálida


Sin vuelta atrás afronto el momento.

Por un instante creo ver la cara de mi padre reflejada en el espejo que lo vio morir. El mismo espejo donde cada mañana me alzaba para decirme entre risas que yo era el chico mas guapo del mundo, su machote, mientras peinaba mi rebelde flequillo. Después, sin tiempo para mas, me dejaba en los brazos de mi madre para que esta me llevara al cole mientras el marchaba a trabajar.

Ha pasado mucho tiempo ya desde entonces, de su muerte, de mi niñez, pero lo recuerdo como si solo una luna hubiera nacido y muerto hasta ahora.

Me hubiera gustado que hoy me esperara junto a mi madre, y contarle que no me gustaba ver aquellos interminables partidos de futbol junto a el, que me aburrían enormemente aquellas películas del oeste, que detestaba el disfraz de vaquero que me regalo… pero que cualquier cosa que me pidiera lo habría hecho sin rechistar.

No es que estas cosas se descubran de pronto, siempre aborrecí mi envoltorio, pero es cierto que aquella mañana, frente a aquel espejo, tuve la certeza de quien era sin ninguna duda.

El traje de mi madre era de seda, y aunque yo solo contaba diez años ya era casi tan alto como ella, encajando como un guante en mi piel, salvo por aquello, aquello que sobraba en mi cuerpo…

No tuve tiempo para contárselo… joder, solo era un niño asustado en un cuerpo equivocado y él se fue muy pronto.

Me hubiera gustado que hoy me esperara junto a mi madre y contarle que ha llegado el momento, que su machote lo querrá igualmente cuando acabe todo, cuando en mi cuerpo encajen trajes de seda sin que nada moleste, sin que nada me avergüence…

Mis ojos se vuelven pesados, y sonrio antes de quedarme dormido, cuando despierte no habrá rastro de Mario, solo quedara María.

Sin vuelta atrás afronto el momento.

martes, 14 de junio de 2011

El parásito

“Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado”

Esta última frase era un regalo añadido, una propina perdida.

María se había dormido cuando el cuento aun estaba en su ecuador, pero me apetecía enormemente seguir leyendo junto a su cama.

Por momentos me vi reflejado en su protagonista, aquel Príncipe guapo… encantador… justo y magnánimo…sin defecto alguno.

Aunque también estaban la madrastra malvada y el villano aterrador, más parecidos a mí, más cercanos a mi forma de ser.

El cuento acababa como todos los cuentos, nada especial.

Triunfaba el amor ante el odio, la admiración frente a la envidia, la belleza a la fealdad…

Pero el cuento estaba cerrado, María dormida, y mi cabeza luchaba ya contra todas aquellas victorias.

Al apagar la luz de su mesilla de noche yo ya era otra persona, o mejor dicho, volvía a ser la persona que era.
Ruin, mezquino, cobarde…


No siempre había sido así...

De pequeño recuerdo que había paz en mis ojos.

No envidiaba a nada ni a nadie, al contrario, disfrutaba con las alegrías de mis amigos y sufría junto a ellos en los malos momentos.

Pero ya hacía mucho de esto.

Ahora era un pobre idiota más preocupado por aparentar que por ser, por gritar que por susurrar, por imponer que por aconsejar…

Que veía enemigos donde no los había.
Que escuchaba cosas que no se decían.

No siempre había sido así, e intentaba recordar porque y en qué momento aquel parásito me invadió con sus malas intenciones. Y por que yo lo hospede en lugar de rechazarlo, dejando que acabara con todo lo bueno, sin darle tregua a nada, aniquilando aquella paz de mis ojos…

mis ojos...

...se acostumbraban a la oscuridad de mi habitación, donde dormía Silvia...

Silvia...

... me quería, a pesar de todos mis fallos y defectos, pero mi amargo inquilino también se cebaba con ella y yo no hacía nada por detenerlo.

Era una víctima más de aquella larva que había anclado con fuerza sus garfios en mi corazón.

No encontraba la forma de acabar con él, y había intentado hacerlo muchas veces, pero finalmente siempre acababa venciéndome en forma de mala respuesta, de cinismo desmedido, de violencia gratuita....

Empezaba a pensar que era una lucha perdida de antemano, una batalla imposible de ganar en la que mi enemigo era infinitamente superior.

Pero aun guardo armas en la recámara y he decidido usarlas antes de que sea demasiado tarde y acaben oxidándose sin remedio, perdiéndose en el olvido.
Creo que con ellas podre ganar.

Mis recuerdos serán mi ejercito particular frente a tamaño enemigo...aquel beso...aquella caricia...aquella sonrisa...
.
Deséame suerte, la voy a necesitar.

miércoles, 8 de junio de 2011

Misión imposible



“Esta vida es una puta mierda, así que os podéis quedar todos con mi parte que yo me piro. Juan.”

Desde luego no es la nota de suicidio más bonita del mundo, ni la mejor redactada, ni la que más hará llorar…¡pero qué cojones!, es mi nota de suicidio y no una novela aspirante al premio Planeta.
Demasiado que lo dejo claro para que no haya confusiones tontas.

Ya esta decidido y no hay vuelta atrás, pero ahora viene lo complicado, ¿cómo demonios se mata uno sin sufrir mucho?.
Porque yo seré suicida, pero de tonto no tengo un pelo.

A ver, primera opción pastillas.

A mi tragarme las pastillas ya me cuesta y además soy delicado de estomago, con lo cual descartadas.

Como mucho podría atiborrarme de aspirina infantil, pero no tengo claro que sea del todo efectivo y además me producen ardores, eructos y flatulencias.
No puedo imaginar al forense con mi cadáver ahí todo abierto en canal y que de repente me tire un cuesco, o le suelte un eructo.

Nada, nada, seamos serios, que hoy he almorzado garbanzos y bastante trabajo le voy a dar para encima joderle el día.

¿Veneno?, ummm… no es mala opción , pero lo más a mano que tengo es matarratas y me obligaría a decidir entre dos opciones.

Matarme poquito a poco añadiendo algo en las comidas, descartado porque ya he escrito la nota de suicidio y tengo prisa....

....o matarme tragándome de una vez un bote entero,  pero con lo amargo que esta no me lo bebo yo ni mezclándolo con Coca-Cola.

Y además parece que estoy leyendo el pensamiento a mi exnovia el día de mi entierro…”mira esa rata como se ha suicidado, como lo que es, una asquerosa rata”.
No le daré el gusto a esa víbora, no.

¿Cuchillos, navajas, cortaúñas y demás armas blancas?

Que yo no tengo nada contra estas armas, pero la realidad es que lo ponen todo perdido y aun estoy pagando la hipoteca.
Bueno hasta hoy, porque mañana ya le tocara a mi exnovia….jejeje.

Y ahora con los nervios y mi pulso,  atina a atravesarte el corazón a la primera, que seguro me tengo que dar tres o cuatro pinchazos con lo que duele eso.

Otras opciones son tirarme a un tren  o desde un puente, ahorcarme,  ver Intereconomía o Telecinco, cenar con Aznar, Zapatero, Merkel, el Rey o los cuatro a la vez….

Pero estas alternativas son tan tremendamente crueles y desagradables que no entro ni a valorarlas. 

Así que centrémonos en lo más rápido y efectivo, la pistola Magnum  44 que conseguí en “El Rastro” el domingo pasado.
No fue complicado.

Le pregunte al primer chino que encontre vendiendo rosas y me dijo, -“No hay ploblema, ahola le tlaigo yo un levolvel”-

Y cinco minutos después ahí estaba el chino con un Magnum cargado dentro de un paquete de tallarines chinos de “La posada del Dlagon”.

Bien, ahora toca pensar detenidamente en que sien me descerrajo el tiro.

Siempre he sido más fotogénico del lado derecho, así que para lucir bien en el ataúd será mejor hacerlo por el izquierdo y orientando la bala hacia detrás, que un agujero delante sería difícil de tapar.
Contare hasta diez y ¡PUM!.

10 misisipi, 9 misisipi, 8 misisipi, 7 misisipi...

¡TON,TON, TON!, VAYA, QUE OPORTUNOS LLAMAR A LA PUERTA AHORA….

-          ¡¿Quién llama?!

-          Disculpe Señor, venimos a mostrarle Jehová, nuestro salvador.

Manda huevos, los putos testigos de Jehová tenían que ser..

-          No  tengo tiempo para atenderles, estoy muy ocupado, otro día si eso.

-          De acuerdo Señor, de todas formas le pasamos “La Atalaya” por debajo de la puerta, por si quiere echarle un vistazo. Y recuerde, para salvarse o resucitar y vivir en el paraíso, debe hacer y confiar en cuatro obras:  Uno. Adquirir conocimiento, Dos. Comportarse conforme al conocimiento adquirido. Tres. Publicar. Y Cuatro, pertenecer al reino de Jehová . Que tenga un buen día.

Pues va a ser que llegan tarde esta gente para que yo haga tantas cosas, en fin, yo a lo mío.

6 misisipi, 5 misisipi, 4 misisipi…

¡RING, RING, RING!, ME CAGO EN TO LO QUE SE MENEA...

-          Si, dígame.

-          Buenos días, mi nombre es Elizabeth y le llamo de Movistar. ¿Tiene usted un minuto por favor?

No, por favor, Movistar no….

-          Pues ahora mismo me pilla en mal momento, ¿puede llamarme en otra ocasión?.

-          Solo será un segundo Señor, tenemos una oferta muy buena para usted.

-          No me interesa, déjelo.

-          Además le ofrecemos un Iphone último modelo…

-          Ya le he dicho que no me interesa.

-          Pero Señor, con el Iphone podrá....

"PIPIPIPIPIPIPI.....", A TOMAR VIENTO MOVISTAR, NI SUICIDARSE TRANQUILO LO DEJAN A UNO....

3 misisipi, 2 misisipi, 1 misisipi, CLICK…CLICK…CLICK,CLICK,CLICKCLICKCLICK, CLACK, CLOCK, CLUCK…

¡NOOOOOO!,  ¿Y AHORA QUE?....

  
Tranquilo, no te pongas nervioso. Debe haberse atascado.

Giro el revolver para acceder a la culata y colocar de nuevo las balas, y en ese momento comprendo que hoy no podre morir.....

Allí, escondida a mis ojos hasta ahora, esta esa pegatina horrible donde puedo leer....







¡¡¡¡¡¡MADE IN CHINA!!!!!!, ¡¡¡¡¡¡MADE IN CHINA!!!!!!