Algunos por su pésima calidad, otros, inacabados, y los que mas, terminados pero condenados a no ver nunca la luz por diferentes motivos.
Entre ellos se encontraba este.
Me llevo cinco minutos escribirlo tras ver la noticia que un telediario emitía, y durante cinco años ha dormido junto al resto.
Y como en todos, o en la mayoría, también este lleva parte de mis vivencias en su interior.
Pero a diferencia del resto este se escribió antes de pasar por el trance que ahora, cruelmente, le da sentido.
No puedo decir que sea la primera vez que se publica.
Hace unas semanas, inconscientemente, pero sin duda guiado por la estúpida idea de que al publicarlo tal vez podría burlar el triste final que hace tantos años escribí, lo hice en otro lugar que sabia alejado de personas a las que su contenido podía hacer daño.
Iluso de mi, yo siempre amante de la razón y renegado de supercherías y supersticiones, tan aparentemente frió, tan metódico.
Como pude siquiera pensar por un momento que un acto tan insignificante cambiaría el ¿destino? marcado.
Me cuesta creer lo ocurrido, y cuando miro este relato me es aun mas difícil entender que en aquel momento mis manos escribieran algo que casi con precisión milimétrica se ha cumplido paso a paso.
Como si alguien aquel día hubiera escrito por mi sin yo saberlo.
Mis lagrimas, casi siempre, son privadas. Existen, aunque las guarde para mi. Mi dolor me acompaña, aunque mi cara lo vista de coraza.
Este el el relato, maldito relato, que debí haber borrado inmediatamente después de escribirlo.
MALDITO
Empezaba a ser difícil distinguir entre el hombre y su cadáver.
La miseria en que se había instalado desde el diagnostico de su enfermedad hacia de esta ultima una mera invitada del sepelio que, obstinado él, había instaurado en su rutina diaria.
Y es que, con las heridas ya cerradas o al menos dormidas momentáneamente, el hombre decidió convertirse en un ser autocomplaciente repleto de monosílabos quejosos, de frases lastimeras y dolorosas, para el mismo, pero también para quienes lo rodeaban.
La barba antes siempre bien rasurada pasaba ahora por realizar cameos cada vez mas frecuentes, compartiendo protagonismo en aquel teatrillo junto a el rostro taciturno y las manos cruzadas al pecho.
No importaba cuan buenas podían ser las noticias recibidas durante aquel mar en calma, el marido eligió como pareja la tristeza y el llanto, anticipándose a las posibles, que no seguras, malas noticias que pudieran llegar.
Finalmente la alegría se convirtió en una invitada ocasional y raramente bien recibida.
Pero desaprovechar los días extras que aquella pequeña tregua le había concedido, fue un gran error que no podría reparar.
Porque el dolor irrumpió con tal fuerza que nada pudo detenerlo a su paso, arrasando la ilusión de quienes acompañaban desde hacía meses aquel entierro anticipado que no comprendían, desbocando los caballos de fuego que ocultos habían recorrido su cuerpo durante meses, despertando de su hibernación aquel maldito parasito al que no importaba matar a su anfitrión, aun a sabiendas de que también moriría con él.
Y no hubo vuelta atrás.
El sofá utilizado como ataúd durante meses permaneció vacio para siempre, convertido en sanctasanctórum de sus hijos y esposa.
Las paredes empezaron a olvidar sonidos angustiosos y silencios insoportables.
Los recuerdos humedecidos por miles de lágrimas encontraron acomodo en la resignación.
Impresionante. Ya lo había leído pero me ha vuelto a dejar... ufffff. Besos primo y ánimo.
ResponderEliminarGracias primilla. Besos.
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