El cuerpo de Amaresh, antes fruto de deseo y pura
sensualidad, había dejado atrás todo rastro de aquello para convertirse en un
espectro inundado por decenas de moscas que se alimentaban de sus ulceras y pústulas.
Al principio de la hambruna, no hacia tanto, se esforzaba en
alejarlas sin éxito, pero ahora reserva sus escasas fuerzas para sobrevivir y
sostener con fuerza la débil cabeza de Sehay, su bebe.
En su memoria guarda todavía un rostro perfecto, sin
arrugas ni huesos marcados, guarda sus ojos color almendra aun sin hundirse
en su cráneo.
Guarda también hijos que enterró en una fosa común.
Sehay, intenta sin éxito mamar la leche que ya no crece en
sus pechos secos, y al no conseguirlo llora desconsoladamente.
Esto la mortifica aun mas que los malditos insectos o el
dolor punzante que sufre en su estomago, y en un gesto desesperado aprieta una
y otra vez sus pezones buscando una gota de oro blanco que calme a su hija, su
preciosa hija de ojos verdes.
Pero sus esfuerzos son tan estériles como la tierra seca que
la rodea.
A solo unos metros observa como una sombra, su primogénito
Kedamawi, ha conseguido agarrarse con sus huesudas manos a una de las flacas
vacas paridas que aun conservan, y como desesperadamente gatea bajo ella para
mamar de sus ubres junto a un ternero receloso de aquel compañero de mesa.
Kedamawi es sin duda un chico listo, y si el agua corrompida
de los pozos no lo hace enfermar de diarrea, o los mercenarios del oro amarillo
se lo llevan, tal vez lograra salir con vida de este infierno.
Javier, consternado, contempla la escena desde el hospital
de campaña en su ultimo día antes de volver a casa.
Mueve sus ojos del rostro de Amaresh al de Sehay, y niega
con su cabeza ante el desenlace que sabe con certeza se producirá.
La facultad le había preparado para la enfermedad, incluso
para la muerte, pero a pesar de los muchos meses que han pasado desde que
llego, su mente occidental no puede asimilar lo que ocurrirá si no la saca de
allí.
-
Por favor - le dice a uno de sus ayudantes- ,
acaba tú con esta cura. Ahora vuelvo.
Amaresh ve acercarse al chico blanco, e instintivamente
aprieta el cuerpo azabache de Sehay contra su ébano pecho.
Javier se arrodilla ante ella y extiende sus brazos, sin
hablar, no hace falta entre ellos.
Por un momento duda, mira aquellos ojos claros sin saber qué
hacer, pero comprende que ella no importa, que no hay más tiempo, y que su hija
merece otra oportunidad.
Las manos negras se unen una vez más con las manos blancas, y
Sehay es concebida de nuevo.
Enhorabuena. En unas pocas líneas has conseguido plasmar una visión que se da cada día en diversas partes del mundo y que desde nuestra atalaya occidental observamos con horror, pero sin hacer nada para evitar, salvo acciones individuales y puntuales de héroes anómimos como Javier que sirven para aliviar nuestras conciencias.
ResponderEliminarGracias. De todas formas no acabo de estar contento con el relato. He querido ser muy sutil insinuando algo mas allá de la buena acción en el mismo, con la esperanza de que el lector lo descubriera. Y creo que no lo he conseguido. Dejaremos que siga oculto por tanto. Saludos.
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