sábado, 19 de octubre de 2013

La partida

Para el resto del mundo aquel vacio suponía una tara con la que yo debía vivir.

Sin embargo, para mí era simplemente una marca de guerra, una muesca más en la culata de aquel adversario que hacía meses vivía conmigo
.
Era un enemigo duro, sin duda el más duro al que me había enfrentado, aunque eso no me hacia tirar la toalla.

Yo le hacía creer que tenia la batalla ganada, que sería pan comido, pero todo era una estrategia para acabar con él.

La realidad es que yo era la rival más fuerte a la que se había enfrentado nunca, una luchadora incansable que utilizaba todos los medios a su alcance para ganarle.

Combatía con una sonrisa el dolor, con una palabra de ánimo el desconsuelo, con maquillaje las marcas de mi piel, con dignidad las nauseas que me provocaba.

Y en cada uno de esos gestos ganaba puntos en la partida mortal.

No estaba sola en ella.
Me acompañaba mi chico, el Rey Blanco de la partida, pero también hombres y mujeres de batas blancas que ejercían de peones y torres, de alfiles y caballos y  que con cada uno de sus movimientos intentaban frenar al poderoso y cruel Rey Negro.

En estos momentos la partida está en tablas, pero mi próximo movimiento será imparable, lo rodeare con todas mis piezas y acabare con él. Sera eso o perder la batalla, pero nunca me daré por vencida.

Tengo que reconocer que al principio de todo, al enterarme de quien me retaba, tuve miedo.

Pero aquello solo duro unos minutos, los que tarde en bajar desde la consulta de aquel hospital hasta el parking donde tenía mi coche.

Al montarme en el ya sabía que había empezado una batalla cruenta, que me dejaría secuelas importantes y que en el peor de los casos acabaría conmigo.

Marque el teléfono de mi pareja y sin ningún tipo de preámbulos, con la naturalidad de quien ya ha aceptado el rol que debe asumir en este juego, le dije que tenía cáncer de mama.


sábado, 31 de agosto de 2013

La gemela


Sara andaba de nuevo de espaldas. Era algo que hacía desde siempre. Con un año recién cumplido sus padres la llevaron por primera vez a la playa y de repente, cuando nadie lo esperaba, comenzó a andar sobre la arena. Pero de espaldas.

Nadie pudo explicar nunca semejante suceso, no era nada normal que un bebe diera sus primeros pasos hacia atrás, pero es que Sara no era una chica corriente.

En su corta memoria de solo seis años no estaba aquel recuerdo, pero ella sabía que le llevaba a hacerlo.
De espaldas podía ver como la espuma que dejaba las olas al romper en la orilla, borraba las huellas de sus pies al volver al mar y aquello la fascinaba.

Hoy el agua que llenaba sus huellas antes de borrarlas presentaba un colorido especial, un arcoíris de luz hechizante, hipnótico.

Y sin darse cuenta ando muchísimo, más de lo que hacía siempre, tanto que al levantar la vista comprobó con sorpresa que la playa estaba desierta.

No entendía que estaba ocurriendo, pero en su ingenuidad decidió darse la vuelta y volver de espaldas hacia el lugar de donde partió. Sin duda aquello haría volver todo a la normalidad
.
Cerró los ojos, giro sobre sí misma y dio cuatro pasos hacia atrás antes de decidirse a abrirlos.

Lo que contemplo la dejo atónita. Frente a ella, como por arte de magia, estaba una niña con su misma cara, su mismo pelo y su misma cara de asombro…

Se pellizco la cara para asegurarse de que no era un sueño, pero aquella gemela inesperada no desapareció.
Volvieron sobre sus pasos, ambas, hasta encontrarse tan cerca una de otra que podían tocarse.

- ¿Quién eres?- pregunto.
- Yo soy Sara, ¿y tú?
- No puede ser, no eres real, tal vez el sol me ha dado demasiado tiempo en la cabeza.
- Perdona, pero creo que eres tú la que no existe, debes ser una alucinación.

La fantasía la había acompañado siempre, pero aquello superaba todo lo que había vivido hasta este momento.

- ¿Qué haces aquí?, ¿por que eres como yo?
- ¿Yo?, pero si solo quería ver mis huellas borradas, y de repente me encontré sola.
- ¿Sola?, ¿y te giraste con los ojos cerrados esperando que todos volvieran?
- Claro, y entonces apareciste tú, bueno yo…  ¿Qué está ocurriendo?

¡SARA, VUELVE, POR FAVOR!, ¡NO TE VAYAS! ...

      - ¿Lo oyes?, son mis padres quienes gritan.
      - Te equivocas, es a mi a quien buscan. Dame la mano y te lo demostrare. 

Por un momento dudo, le tendió la mano, pero algo le dijo en el ultimo momento que no era buena idea.

      - Sabes, no me fío de ti.

Sara se volvió y echo a correr, pero de repente, la que parecía ser su gemela, la alcanzo tirándole del pelo y arrastrándola hacia el mar.

Era tan fuerte que no podía impedirlo, y cuando quiso darse cuenta su cabeza estaba sumergida y su boca se llenaba de agua salada.

¡SARA, DIOS MIO, SARA!...

A través de la espuma contemplo como ya no existía la chica, por el contrario era una espantosa medusa quien la ahogaba sujetándola con sus tentáculos.

¡MI HIJA, POR FAVOR!...

Pero sus padres la llamaban, y no iba a dejarle ganar.

En un último esfuerzo, levantó la cabeza  y llenó sus pulmones de aire.
El monstruo desapareció, y al volver la cabeza pudo ver a su madre sonreír, a su lado, arrodillada entre la espuma que batía con fuerza aquellas rocas que nunca antes encontró en sus paseos, en sus extraños paseos.

martes, 11 de junio de 2013

La sombra



La sombra, estilizada, se reflejó de repente sobre el Mickey Mouse que adornaba la pared de su cuarto.

Aquella era sin duda la silueta de quién le tranquilizaba contándole cuentos en las noches de tormenta, de quién lo comía a besos al recogerlo del cole, de aquella que parecía feliz a los ojos de todos. Brillante y luminosa estrella en la calle pero triste y taciturna luna cuando la oscuridad llegaba a casa.

Sonrió al verla convencido de la proximidad de un abrazo, pero su boca se tornó en mueca al oler desde su cama el miedo y la desesperación de su madre.

Aquel olor no era desconocido para él. Se había convertido en algo cotidiano solo superado por el aroma a alcohol que acompañaba siempre a su padre.

El mismo que acababa de entrar en su habitación llenándola de gritos y rompiendo en su locura a "Brisa", su pequeño caballo de madera.

Sintió escalofríos y elevo inconscientemente sus rodillas hasta el frágil pecho mientras las rodeaba con sus brazos.

Asustado tapo su cara con las sabanas justo hasta debajo de sus ojos, lo justo para poder ver que ocurría.

Frente a él, en una esquina de su pequeño reino, la maldita e inmensa oscuridad golpeaba sin descanso a la delicada sombra que entre lágrimas suplicaba que parara, que no le pegara más.

Quiso saltar de la cama, plantarle cara a la interminable noche que nunca daba tregua al día como lo habrían hecho los superhéroes de sus comics, pero se sabía pequeño e impotente ante la sinrazón.

Todo aquello era un dejà vu, una escena dolorosa vivida demasiadas veces, pero que aquella noche tenía un giro imprevisto.

Fue muy rápido. Un destello metálico reflejado en los planetas que su lámpara dibujaba en el techo, un gemido seco y mortecino, pecas rojas sobre la pared blanca y el silencio.

Su madre ya no lloraba, tan solo era un ovillo manchado a los pies de su maltratador.

Observo cómo este limpiaba la navaja en su camisa y como giraba su cabeza con los ojos inyectados en sangre clavados en él.

Y termino en su ingenuidad por tapar sus ojos con las sabanas,, tal como su madre le había enseñado a hacer para convertirse en el hombre invisible.


viernes, 5 de abril de 2013

PREMIOS ADRIANO ANTINOO 2013


Estos premios son un reconocimiento a aquellas personas que han contribuido, de alguna forma, a conseguir la igualdad sin discriminación por razones de sexo u orientación sexual.

La primera edición se celebro en el año 2012, siendo en aquella ocasión los premiados, Amparo Rubiales, Armand de Fluvia, Beatriz Gimeno, Jorge Cadaval y Pedro Zerolo, más una mención honorífica a la desaparecida Maria Fulmen.

En esta ocasión los galardonados son Boti García Rodrigo, Carla Antonelli, Marcos Rodríguez Gálvez y Manuel Luis López Molero, Maria del Mar Gonzalez Rodríguez, Vicent Bataller y Perello, con una mención honorífica al centro asociativo de Barcelona Casal Lambda.

Por mi parte, como autor de este humilde blog, me alegra especialmente el premio otorgado a quienes considero mis amigos, Marcos y Manuel.



Hace ya unos años que los conocí, y dejando a un lado los motivos de este premio, valoro especialmente su calidad humana y personal.

Estoy convencido que muchos de los que reniegan de una familia como la suya, solo tendrían que pasar cinco minutos con ellos para dejar sus prejuicios a un lado.

No hay mejor familia que la basada en el amor y el respeto, y en eso ellos son un ejemplo para muchas de esas mal llamadas familias convencionales.

Vaya mi pequeño homenaje hacia ellos desde aquí, y solo desearles que no cambien nunca.

Un abrazo amigos.

domingo, 13 de enero de 2013

La deuda


Al despertar, posiblemente por el fuerte dolor de cabeza que tenía, note que aquella maldita luz de neón parpadeante ya no se filtraba entre las rendijas de mi ventana. La habitación estaba oscura como nunca antes lo había estado y curiosamente tras tantos años de farfullar y maldecir por esa iluminación rojiza de mi cuarto, me sentía un poco agobiado ante la falta total de claridad.

Por un momentome sentí ciego y sordo por la falta de sonidos, aunque caí rápidamente en la cuenta de aquellos cristales antiruidos que decidí instalar al poco de vivir allí.

Volví la cabeza para descartar la ceguera y suspire con alivio al ver parpadear las 3:30 en el despertador digital que había sobre mi mesita de noche.

Aun así presentía que algo no iba bien. Era la primera vez, desde que vivía en esta maldita casa, que el puticlub de abajo cerraba antes de las cinco de la mañana. Tal vez el “Angello” no era el mejor lupanar de Madrid, pero a clientela no le ganaba nadie. Quizás fueran sus cubatas a ocho euros, los más baratos de todas las güisquerías de la ciudad, o tal vez en su momento los grandes y famosos pechos de Susana. Las mejores tetas del ramo según reconocían puteros de postín, los mismos que antes pagaban por un rato de placer con ella, mi mujer.

Es curioso lo rápido que había pasado todo.

Cuando la conocí, sumido en una gran depresión, me costó cincuenta euros y una copa de güisqui, media hora con ella. Mi primera vez, mi primera mujer y en un lugar que por mis convicciones católicas había jurado siempre no pisar. Ella acababa de llegar de Rumanía  y para cuando se acrecentó su fama siguió ganando lo mismo pero su proxeneta subió el precio hasta los 100€. Esto en un club de alterne de segunda categoría era, digámoslo así, el tope de gama.

Fueron muchos cientos de euros los que gaste y en cada uno de ellos crecía en mí un sentimiento difícil de explicar. Tarde en reconocerlo, ya que nunca antes lo había experimentado. Cuando entendí lo que me pasaba, aunque confundido, no lo dude y una noche le pedí que se casara conmigo. Acabábamos de echar un polvo y era la primera vez que me atrevía a decirle unas palabras.

-          ¿Quieres casarte conmigo?, - le dije -.
-          ¿Pero está usted loco? Nunca abrió la boca, y, ¿lo hace para pedirme esto?...

Aquel día no dije nada más, me subí los pantalones y me marche rápidamente. Tras aquello no volví a tener sexo con ella durante meses. Subía a su habitación todos los sábados, previo pago, y durante los mejores treinta minutos de la semana charlábamos sobre su vida y la mía.

Me contó que había pagado mucho por venir a España con la promesa de poder trabajar aquí como empleada del hogar, pero que al llegar la habían metido en ese maldito antro y que si escapaba antes de pagar su deuda matarían a toda su familia. Me contó que era infeliz, que tenía mied, y que le daba asco lo que hacía pero que conmigo se sentía bien. Que yo era el único hombre con quien se encontraba segura.

Y un día, sin yo esperarlo ni volvérselo a preguntar, me dijo que sí, que quería casarse conmigo pero que no podía dejar aun su trabajo.

Me sentí tan feliz que la cogí en mis brazos y esa noche después de tantas con sexo y sin él, hicimos el amor.

Al día siguiente conté la noticia a mis padres y a mi único hermano con la esperanza de que la aceptaran de la mejor manera.

La primera en reaccionar fue mi madre y no asimilo bien la noticia.

-          ¡Con una puta!, ¡con una puta te vas a casar! ¿En que hemos fallado hijo, dime, en que hemos fallado tus padres? – gritaba mientras lloraba -

Mi padre fue todavía más duro.

-          Toda la vida pagándote unos estudios, una buena educación y ahora te vas con la primera pelandrusca que te la pone tiesa. Lárgate de esta casa y no vuelvas más.

Y mi hermano se burlo de mí.

-          Joder yayo y esta qué, ¿la chupa bien? Jajaja, ten cuidado no pilles la gonorrea, jajaja. Menudo pringao, te va a sacar hasta los ojos.

Yo mande educadamente a todos a la mierda, cerré la puerta de casa y me fui.

Peor fue convencer al dueño del prostíbulo de que, “su mejor empleada”, no volvería a trabajar allí. No iba a aceptar que aquel individuo siguiera explotándola.

-          Chico, esta es la que más dinero me deja, si crees que se va a ir de aquí sin más, sin pagar su deuda, estas muy equivocado. Tengo muchísimas chicas y no sería un buen ejemplo, ya me entiendes.

-          Sabe, -le dije, sacando valor de donde nunca lo tuve-, no me importa lo mas mínimo lo que le deba y menos aun me importa lo que puedan pensar sus chicas. Ella se viene conmigo y procure que nadie la moleste, o no dudare en denunciarlo y arruinarle la vida. ¿Me entiende usted?

Hubo muchos más insultos y amenazas mutuas, pero cuando comprendió que no me echaría atrás, no dijo nada mas, se limito a mirarme fijamente y a cruzar su cuello con su dedo índice.

Susana no volvió a pisar aquel lugar y cinco días más tarde nos casábamos en los juzgados de Madrid, solos, sin nadie que nos acompañara.

Podíamos haber alquilado cualquier otro piso pero decidimos quedarnos justo en este, enfrente mismo del “Angello”.

El mismo donde somos felices, el mismo que ahora está totalmente a oscuras, silencioso, el mismo donde hace un rato he despertado aturdido, algo desorientado, como si estuviera drogado.

Estiro mi mano para encontrar a Susana, para decirle que me encuentro mal, pero no hay nada al final de mi brazo, solo el vacio.

Me incorporo en la cama de forma súbita y de repente mi boca sabe a hiel y mis manos empiezan a temblar.

De un salto alcanzo la ventana, abro las persianas y de manera instintiva fijo mi vista en aquel letrero que tanto odio.

Esta oscuro, apagado, pero entre las enormes piernas cruzadas de aquella odiosa chica de neón puedo ver una silueta desnuda iluminada por las sirenas de varios coches de policía. Atada por sus muñecas a aquellos grandes tacones habitualmente rojos y ahora en penumbra. Crucificada de alguna forma a su particular Monte Calvario.

Sobre su cabeza, en forma de corona, su epitafio:

“Con la muerte, se acaban las deudas”