martes, 11 de junio de 2013

La sombra



La sombra, estilizada, se reflejó de repente sobre el Mickey Mouse que adornaba la pared de su cuarto.

Aquella era sin duda la silueta de quién le tranquilizaba contándole cuentos en las noches de tormenta, de quién lo comía a besos al recogerlo del cole, de aquella que parecía feliz a los ojos de todos. Brillante y luminosa estrella en la calle pero triste y taciturna luna cuando la oscuridad llegaba a casa.

Sonrió al verla convencido de la proximidad de un abrazo, pero su boca se tornó en mueca al oler desde su cama el miedo y la desesperación de su madre.

Aquel olor no era desconocido para él. Se había convertido en algo cotidiano solo superado por el aroma a alcohol que acompañaba siempre a su padre.

El mismo que acababa de entrar en su habitación llenándola de gritos y rompiendo en su locura a "Brisa", su pequeño caballo de madera.

Sintió escalofríos y elevo inconscientemente sus rodillas hasta el frágil pecho mientras las rodeaba con sus brazos.

Asustado tapo su cara con las sabanas justo hasta debajo de sus ojos, lo justo para poder ver que ocurría.

Frente a él, en una esquina de su pequeño reino, la maldita e inmensa oscuridad golpeaba sin descanso a la delicada sombra que entre lágrimas suplicaba que parara, que no le pegara más.

Quiso saltar de la cama, plantarle cara a la interminable noche que nunca daba tregua al día como lo habrían hecho los superhéroes de sus comics, pero se sabía pequeño e impotente ante la sinrazón.

Todo aquello era un dejà vu, una escena dolorosa vivida demasiadas veces, pero que aquella noche tenía un giro imprevisto.

Fue muy rápido. Un destello metálico reflejado en los planetas que su lámpara dibujaba en el techo, un gemido seco y mortecino, pecas rojas sobre la pared blanca y el silencio.

Su madre ya no lloraba, tan solo era un ovillo manchado a los pies de su maltratador.

Observo cómo este limpiaba la navaja en su camisa y como giraba su cabeza con los ojos inyectados en sangre clavados en él.

Y termino en su ingenuidad por tapar sus ojos con las sabanas,, tal como su madre le había enseñado a hacer para convertirse en el hombre invisible.