El techo del soportal donde vive Miguel está adornado con multitud
de luces incandescentes.
En el dibuja todas las noches
sus propias constelaciones y en ocasiones se pierde en los agujeros negros de
aquel universo paralelo imaginando que son la puerta de entrada a una bonita
casa.
En ella, en el rellano, esta su
madre, esperándolo, como siempre.
De repente el olor a tarta
recién hecha lo inunda todo.
Su madre es guapa, muy guapa,
pero nunca sonríe.
Intenta acercarse a ella,
quiere besarla, mimarla, pero en ese momento la oscuridad se apodera de todo y
la golpea en el vientre hasta hacerla doblar sus rodillas.
Maldita oscuridad, siempre
vuelve a casa con los ojos inyectados en sangre.
Y su aliento…. lo peor es su
aliento.
Decide que ya ha sido
suficiente, que la oscuridad ha hecho demasiado daño y no puede permitirlo más.
Arranca rayos de sol y los
clava una y otra vez sobre ella, con la saña de quien ha sufrido en silencio
durante años.
La oscuridad desaparece dando
paso al día, pero en su estertor le arrastra consigo sin remedio.
Miguel siente la luz en sus
ojos, los abre y ve a una chica joven junto al cajero automático.
Recoge su caja de vino, sus
cartones y su manta, y sin decir nada sale a la calle.
Piensa en su madre, en cómo le
sonreía al visitarlo en la cárcel, y en el trozo de tarta que le llevo hasta
que la enfermedad pudo con ella…
Ahora se sienta y estira la
mano, seguro que la noche llega de nuevo pero la oscuridad se ha ido.
Bonito relato Antonio.
ResponderEliminarSaludos.
Fernando
Precioso relato.
ResponderEliminarQue bonito Antonio,me quedo con esta frase, seguro que la noche llega de nuevo, pero la oscuridad se ha ido.
ResponderEliminarGracias Rocio. Por desgracia hay muchos hogares llenos de oscuridad. Saludos
ResponderEliminarPrecioso. Me quedo sin palabras...
ResponderEliminarIre.