sábado, 4 de junio de 2011

Premonición


Maria

No es nada fácil criar a un hijo.

María ya hace varios días que decidió montar un pequeño hospital en su habitación.

En la puerta ha colgado un letrero con todos sus datos:
“Dotora María. Paze sin yamar”

Ahora cada vez que entro en ella me obliga a ponerme una inyección, me toma la tensión o me atiborra a pastillas para el dolor de estomago.
Yo, para no quitarle la ilusión, le sigo el juego poniendo malas caras, encorvándome de dolor o haciendo que tengo muchísima fiebre.

Ella se parte de risa al verme, y a mí, para que mentir, se me cae la baba.

Hace unos días vino mi madre a casa y la niña decidió hacerle un chequeo completo, pero la abuela se negó.

- “A ver hijo, que yo estoy muy bien y no necesito ningún reconocimiento”
- Pero Mama, por favor, si solo es un juego.
- “Te he dicho que no, que entra una sin nada y sale con veinte cosas”

La abuela empieza a chochear, definitivamente, pero lo peor fue consolar a María.


Javier

Una semana después mi mujer me da una gran noticia, esta embarazada del que sera nuestro segundo hijo.

Nos estámos besando hasta que María nos ve y pregunta:

- “¿Qué ocude?”
- María –le digo ilusionado- , ¡vas a tener un hermanito!
- “Ummm, - y frunce el ceño, como si estuviera enfadada- vale, pedo yo le pongo las inyesiones”

Sin decir nada mas, se da media vuelta y entra en su hospital.

No se muy bien si decirle algo mas, pero mi mujer me mira y rie divertida ante la ocurrencia.

Desde entonces ya han pasado ocho meses y María cambio el Hospital por un Zoológico, después vino una clínica veterinaria y ahora regenta un gran Hotel.


El sueño

Una noche quiere que su madre y yo durmamos en la cama de invitados que tiene en su habitación, junto a la suya, dice que nos hará buen precio.

Aun no ha nacido su hermano y ya empieza a tener celos, por lo que para no disgustarla accedemos.

No es fácil coger el sueño en esta cama, pero finalmente caígo rendido.

Debo estar soñando, porque de repente me encuentro sentado junto a María en su cama.
Hay alguien más, parece un chico joven pero no lo reconozco.

María coge uno de sus cuadernos de dibujo, y con rotulador azul dibuja algo en el papel.
Intento verlo, pero en ese momento suena el despertador, y el adolescente junto al sueño y el papel desaparecen.


El desenlace

Los últimos quince años no han sido fáciles.

Desde el nacimiento de Javier he tenido que dedicar más horas a mi trabajo para poder llevar la casa adelante.

Hoy María cumple dieciocho años y he pedido el día libre.

Vamos todos juntos a el parque de atracciones de la ciudad.

La atracción estrella es “El Martillo”, una especie de péndulo que gira 180º dejando suspendido bocabajo a los participantes durante varios segundos y a gran altura en unas cabinas descubiertas.

Javier lleva toda la tarde insistiendo en montarse en el, aunque a mí no me hace demasiada gracia, y finalmente ocupa asiento en una de las cabinas.
Mientras lo hace rebusco en el bolsillo de mi pantalón algún chicle para tranquilizarme, pero no encuentro nada, solo parece haber un pequeño papel.

No recuerdo haber cogido ningún papel al salir.
Lo saco de mi pantalón y al mirarlo veo algo dibujado en el.

Parece aquellos dibujos que María hacia con su querido rotulador azul cuando era pequeña.

No es fácil saber que hay pintado allí, pero empiezo a sudar cuando aquel garabato empieza a girar sobre sí mismo.
En el punto más alto se detiene y veo como algo cae.
Es uno de los monigotes de María, chilla, pero cae sin remedio estampándose contra el suelo, llenando de rojo sangre el papel.

- ¡Pare, por favor, detengase!, ¡pare!, ¡pare!

El operario del Martillo me mira desconcertado, pero antes de que pueda ponerlo en marcha tiro de la barra de seguridad de la cabina de Javier y lo arrastro conmigo.

- ¡Estas loco papa!, ¿que estás haciendo? –grita Javier-.

No le respondo, mi mirada esta fija en como sube aquella cosa. Al llegar a la parte más alta se detiene unos segundos. “El Martillo” chirria por unos momentos y de repente la cabina donde se había sentado Javier se precipita al vacio partiéndose en mil pedazos al caer.

La gente chilla, pero afortunadamente en esa cabina solo estaba mi hijo hasta que lo baje de ella.

Noto como me cogen la mano. Es María.

Nos miramos unos segundos y sonríe, como cuando era pequeña y me decía cosas sin hablar.

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