jueves, 2 de junio de 2011

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-          A ver chico, ¿de qué cojones me estás hablando?

El agente Díaz empezaba a enfadarse seriamente.
Con treinta años de servicio a sus espaldas había pocas cosas que le sorprendieran, pero este chico le estaba vacilando y por ahí no pasaba.

Tan solo unas horas antes roncaba en el sofá hasta que una llamada le despertó.

“Díaz mueve tu sucio culo y ven inmediatamente”, las formas de Antonio, su superior, no eran precisamente refinadas.
No le fue fácil levantarse, la noche anterior había vuelto a beber demasiado y la resaca era importante.

Cuarenta minutos después y con un humor de perros llegaba hasta la central de homicidios de Barcelona.

En la sala de interrogatorios le esperaba un joven flaco, con aspecto desaliñado y cara de no haber roto nunca un plato.

Justo antes de entrar le pusieron al tanto del caso.

El chico en cuestión se había presentado al policía de turno con las manos manchadas de sangre y exigiendo que lo detuvieran.

Al preguntarle que demonios había hecho, dijo sin titubear que solo hablaría ante Díaz.
Y no hubo forma de que respondiera ante otro.

El agente Díaz entro al interrogatorio totalmente escéptico.
La sangre podía ser cualquier cosa y ese joven parecía más un lunático, que un asesino.

-          Yo soy el agente Díaz, ¿cual es tu nombre chico?

-          No hace falta que se presente, lo conozco muy bien. Mi nombre es Luis.

Ya claro, a mi me vas a conocer tu – pensó Díaz-.

-          De acuerdo Luis, ¿porque estás aquí?, ¿de qué es esa sangre?

-          La sangre es suya Señor, ¿no lo recuerda?

Definitivamente estaba ante un desequilibrado, habría que llamar al Centro de Salud más cercano, pero estaba el detalle de la sangre, y aun no tenía los resultados del laboratorio.
Aunque seguramente seria de algún animal.

-          Claro Luis, lo que tú digas. La sangre es mía. Ahora dime, ¿que has hecho para llegar hasta aquí en estas condiciones?.

-          Le corte la yugular Señor. Fue un corte rápido y preciso, se desangro en unos pocos segundos.

-          A ver chico, ¿de qué cojones me estás hablando?

El agente Díaz empezaba a enfadarse seriamente.
Con treinta años de servicio a sus espaldas había pocas cosas que le sorprendieran, pero este chico le estaba vacilando y por ahí no pasaba.

Luis lo miraba sin dejar de sonreír, pero su sonrisa daba miedo, había algo inquietante en aquel chico.
Además, no sabía muy bien de qué, pero empezaba a pensar que si lo conocía.

-          Vale, empecemos de nuevo y piensa muy bien lo que vas a decir. Si me has hecho levantarme para tocarme los huevos, te juro que te arrepentirás.
             Te repetiré la pregunta, ¿porque estás aquí?, ¿de qué es esa sangre?

-          Señor, debería empezar a asumir que yo lo mate. Fue justo antes de que usted me disparara. No debió obligarme a hacer aquello, yo no quería.

Uff, la paciencia empieza a agotárseme – pensó-

-          Bien chico, lo que tu digas, me has matado – y sonrió sarcásticamente, como solo sabe hacerlo un agente de homicidios-
Te diré lo que vamos a hacer, Luis.
Ahora me daré media vuelta y llamare a mis compañeros para que te acerquen a un Hospital mientras tenemos las pruebas de los restos de sangre que traes en tus manos.
Sinceramente, creo que estas como una puta cabra.

Tras decir esto, Díaz se volvió hacia el cristal de la sala de interrogatorios y palideció de inmediato.

No podía verse reflejado en él, y tampoco veía al chico que interrogaba.

Cerró los ojos un par de segundos, en un acto instintivo, como cuando encogemos los hombros al empezar a llover creyendo que así nos mojaremos menos.

Volvió a abrirlos con miedo, pero alli ya no había ningún cristal.

En su lugar había una especie de niebla a través de la cual podía ver la zona del puerto que tanto gustaba de visitar a ciertas horas de la noche.

Estaba borracho, podía deducirlo por su forma de andar y aquellos ojos inyectados en sangre.
Era curioso poderse ver a sí mismo, por un momento sonrió ante la escena que contemplaba.

Se acerco a un joven flaco, con aspecto desaliñado y cara de no haber roto nunca un plato.

Como en otras ocasiones le ofreció dinero por una buena mamada, pero el chico no accedió y le pidió que lo dejara en paz, que esa noche no.

A el nadie le decia que no, asi que lo agarro por el cuello tirando hacia abajo, como solía hacer.

El chico forcejeo pero no conseguía librarse de él –para algo tenían que servir sus años de policía, deteniendo a perroflautas y demás basura-.

De repente el chico saco una navaja y sin darle tiempo a reaccionar le asesto una puñalada justo en el cuello.

Lo comprendio rápidamente, estaba muerto, pero en su agonía aun tuvo tiempo de sacar su arma reglamentaria y disparar a ese maldito crio justo entre los ojos.

Con un poco de suerte lo encontraría en el infierno.

¿O ya lo había encontrado?......

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