domingo, 5 de junio de 2011

Mi amiga invisible

En la planta de aquel hospital pasaban cosas increíbles, sin duda era un lugar diferente…

En los ratos que me encontraba mejor salía a pasear en mi caballo metálico por aquel inmenso pasillo.

Echaba carreras montado en el contra el pequeño de la cabeza brillante que a mis pies, en el suelo encerado, me animaba a seguir su estela.

Nunca tuve claro si era yo el que perdía, o simplemente ganaba siempre el.

Esto paso al principio, cuando solo podía correr desde la habitación 302 hasta la 340.
Cuando empecé a sentirme realmente bien le pedía la revancha, y al ir de la 340 a la 302 siempre ganaba yo.

El resultado siempre era el mismo, 302-340 para el, 340-302 para mi.

Raro, muy raro.
Como todo lo que pasaba allí.

No duro demasiado mi mejoría.

El doctor me dijo un día que mi amiga invisible había despertado de nuevo y habría que volver a dormirla.

Debía ser verdad, porque volvía a encontrarme muy cansado y ya no podía echar carreras con el pequeño de la cabeza brillante.

Yo no entendía muy bien quien había invitado esta chica a mi vida, desde luego que yo no, a mi la verdad es que no me caía nada bien.

Desde que la conocí no había podido ir al parque a jugar con mis amigos, y además aquellos médicos no paraban de molestarme.

Me explico que para dormirla a ella tendrían que dormirme a mí.

A mí no me hizo mucha gracia, ya había dormido otras veces y no me gustaba, pero mi mama me regalo varios tebeos a cambio de dormir, así que no proteste demasiado.

Al despertar, volvió a ocurrir otro hecho insólito.

Mi papa me había explicado alguna vez lo del cielo y el infierno, y por unos segundos creí estar en alguno de esos sitios, o en los dos a la vez.

A mi derecha había un niño cubierto hasta la cintura por una sábana blanca.
En la cabeza también llevaba una especie de turbante blanco, y yo pensé que era un ángel, como todos los ángeles vestidos de blanco que revoloteaban por aquella sala tan luminosa.

Sin embargo, al girar la cabeza a la izquierda un anciano cubierto de rojo se quejaba sin parar, y yo juraría que aquel era el demonio del que me hablaba mi padre en ocasiones.

Estaba yo con esas dudas cuando un ángel de los que revoloteaba por allí, como por arte de magia, me llevo flotando entre las estrellas que pasaban una a una justo encima de mis ojos.

Era muy agradable flotar y sin darme cuenta me quede dormido, lejos de aquel cielo, infierno, o lo que fuera.

No fue la última vez que me durmieron, mi amiga parecía no tener nunca sueño.

Mis padres se ponían siempre muy nerviosos cuando el médico decía que tenía que dormirme de nuevo.
Mi madre lloraba y mi padre se hacia el duro, pero yo lo veía llorar a escondidas cuando mama no estaba.

Otro misterio para mí era ver como de un día para otro daban vacaciones a los niños más enfermos.
Se iban de repente y ya no volvía a verlos más en sus camas.

Tal vez es que iban demasiado lejos y después no recordaban el camino para venir a hacernos una visita.

A otros sin embargo, los que tenían mejor aspecto de todos nosotros, no les daban vacaciones, solo un permiso.
Los veía llegar de vez en cuando por allí, ya no llevaban pijama y se podían hacer la raya a un lado.

No habían tenido tanta suerte como los chicos de las vacaciones, pero al menos no tenían que estar todo el día allí, como yo.

Paso bastante tiempo sin que tuvieran que dormirme de nuevo.
Solo algunas fotografías en aquella especie de lavadora, y de vez en cuando la visita a la sala de los pinchazos.

No me gustaba nada esa sala.
Aunque venían payasos y todo, yo siempre acababa vomitando.

El pijama se me quedo corto y en mi cabeza empezó a asomar pelusilla.

Volví a echar carreras de nuevo en mi caballo, y aunque mi competidor ya no era tan pequeño el resultado continuaba siendo el mismo.
302-340 para él.
340-302 para mí.

Incluso cuando empecé a correr sin mi magnifico corcel, Silver le llamaba, y a mi rival parecía brillarle menos la cabeza, el resultado era el mismo.

El médico debió verme correr sin Silver, y un día se sentó en mi cama y me dijo que mi amiga se había dormido por fin, y que con un poco de suerte no despertaría nunca más.

Se ve que a mis padres tampoco les cayó nunca bien esta amiga, porque daban saltos de alegría y no paraban de besarme y achucharme.

Yo aproveche el momento para pedir al doctor unas vacaciones de esas que no volvías mas, pero se sonrió y no me las quiso dar.
Solo me concedió el permiso de los que no llevaban pijama y se podían hacer la raya a un lado.

No era lo mismo, pero bueno, al menos podía volver y echar carreras con el pequeño del suelo encerado.

3 comentarios:

  1. Muy tierno Antonio.

    Gracias por estos relatos.

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  2. Rocio Fuentevilla Fuentes12 de agosto de 2011, 16:18

    Me parece estremecedor y muy tierno como dice Alberto....

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  3. Gracias Rocio. Por suerte cada vez son mas las personas que superan esta dura enfermedad. Saludos.

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