martes, 14 de junio de 2011

El parásito

“Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado”

Esta última frase era un regalo añadido, una propina perdida.

María se había dormido cuando el cuento aun estaba en su ecuador, pero me apetecía enormemente seguir leyendo junto a su cama.

Por momentos me vi reflejado en su protagonista, aquel Príncipe guapo… encantador… justo y magnánimo…sin defecto alguno.

Aunque también estaban la madrastra malvada y el villano aterrador, más parecidos a mí, más cercanos a mi forma de ser.

El cuento acababa como todos los cuentos, nada especial.

Triunfaba el amor ante el odio, la admiración frente a la envidia, la belleza a la fealdad…

Pero el cuento estaba cerrado, María dormida, y mi cabeza luchaba ya contra todas aquellas victorias.

Al apagar la luz de su mesilla de noche yo ya era otra persona, o mejor dicho, volvía a ser la persona que era.
Ruin, mezquino, cobarde…


No siempre había sido así...

De pequeño recuerdo que había paz en mis ojos.

No envidiaba a nada ni a nadie, al contrario, disfrutaba con las alegrías de mis amigos y sufría junto a ellos en los malos momentos.

Pero ya hacía mucho de esto.

Ahora era un pobre idiota más preocupado por aparentar que por ser, por gritar que por susurrar, por imponer que por aconsejar…

Que veía enemigos donde no los había.
Que escuchaba cosas que no se decían.

No siempre había sido así, e intentaba recordar porque y en qué momento aquel parásito me invadió con sus malas intenciones. Y por que yo lo hospede en lugar de rechazarlo, dejando que acabara con todo lo bueno, sin darle tregua a nada, aniquilando aquella paz de mis ojos…

mis ojos...

...se acostumbraban a la oscuridad de mi habitación, donde dormía Silvia...

Silvia...

... me quería, a pesar de todos mis fallos y defectos, pero mi amargo inquilino también se cebaba con ella y yo no hacía nada por detenerlo.

Era una víctima más de aquella larva que había anclado con fuerza sus garfios en mi corazón.

No encontraba la forma de acabar con él, y había intentado hacerlo muchas veces, pero finalmente siempre acababa venciéndome en forma de mala respuesta, de cinismo desmedido, de violencia gratuita....

Empezaba a pensar que era una lucha perdida de antemano, una batalla imposible de ganar en la que mi enemigo era infinitamente superior.

Pero aun guardo armas en la recámara y he decidido usarlas antes de que sea demasiado tarde y acaben oxidándose sin remedio, perdiéndose en el olvido.
Creo que con ellas podre ganar.

Mis recuerdos serán mi ejercito particular frente a tamaño enemigo...aquel beso...aquella caricia...aquella sonrisa...
.
Deséame suerte, la voy a necesitar.

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