sábado, 13 de agosto de 2011

El beso


En los días de sol el patio se ponía a rebosar.

Bajo un roble centenario aparcábamos nuestros carritos y andadores, todos en fila como si a punto de iniciar una carrera estuviéramos, y hablábamos de nuestras vivencias y recuerdos.

Martín, que era el mayor de todos, solía referir aquella ocasión en que, durante la guerra, se salvo de morir fusilado justo en el último momento. Al parecer, en su adolescencia ejerció de monaguillo, y el cura alertado por algún vecino llego corriendo hasta el lugar para pedir que lo dejaran marchar. El resto de condenados en aquel juicio sumarísimo no corrió tanta suerte, y entre otros contaba que murieron dos primos suyos y un hermano de su padre.

Esa vez se escapo de tan fatal desenlace, pero ya hacia dos veranos que apareció muerto en el sillón de su habitación. En sus manos tenía la foto de sus hijos que siempre llevaba en la cartera. La asistenta que lo encontró nos dijo días más tardes que tenia lágrimas en los ojos.

Yo no pude ir al entierro, nunca nos dejaban ir a los entierros de los compañeros, pero me contaron que al mismo solo fue el empleado del cementerio municipal, nadie más.

Su hueco en la parrilla de salida fue ocupado por otro señor que hablaba continuamente de su maravillosa familia, de sus abnegados y cariñosos hijos, de lo buenísimas personas que había criado junto a su difunta esposa.

Esto ocurrió a diario durante varios días, pero una mañana, Clara, que había trabajado toda su vida limpiando escaleras, no soporto más tanto discurso y le dijo con dureza:

-       ¡La familia!.., ¡La familia!... ¡de que cojones está hablando Don Ramón!... ¿donde están esos hijos que ha criado usted mejor que nadie?..., ¿los ve por algún lado?... perdone, pero usted esta tan solo como todos nosotros, tan solo como esta maldita inútil que le habla,  y morirá como nosotros, solo…  así que no me hable de esa perfecta familia que le ha abandonado…

Tras ese día, no transcurrió mucho tiempo en venir a darle su ultimo paseo un imponente Mercedes lleno de coronas repletas de flores,  pero Don Ramón no había vuelto a soltar una sola palabra, ni recibió la visita de nadie.
Curiosamente Clara murió al día siguiente, también sola, como en sus últimos años.

A mí, el resto de residentes me consideraba privilegiada, ya que regularmente recibía la visita de mi única hija, que haciendo grandes esfuerzos venia a verme una vez cada dos meses, o dos meses y medio…

Nunca quise llevarles la contra respecto a esto, porque aunque básicamente la visita consistía en un par de horas sentada en la cafetería más cercana, viendo como mi hija discutía con su pareja mientras yo me tomaba aquel descafeinado con sacarina, al menos podía verla y sentir durante una fracción de segundo, lo que dura un beso, aquella piel que tanto mime y protegí hasta que decidió que yo había pasado a ser un estorbo para su interesante vida.

Mi salud demostró ser de hierro, y lo digo porque aunque perdí la noción del tiempo, fueron muchas las caras nuevas que conocí, y otras tantas las que nunca volví a ver.

Y así ha sido hasta hoy.

Esta mañana al intentar levantarme no podía abrir los ojos, ni moverme, ni hablar. Quería hacerlo, pero no podía.

Desde entonces no he parado de oír como entraban personas en mi habitación, de hecho hacía años que no había tanta gente a mi alrededor.

Uno, que debía ser el médico, ha dicho que he sufrido un derrame cerebral y que no saldré de esta, que solo viviré lo que resista mi corazón.

No sé, debería estar triste tras escuchar esto, pero no lo estoy.

Al contrario, siento una enorme paz en mi interior. La verdad es que ya son muchos años aquí metida, viendo cómo se van unos y otros, y ya estoy cansada.

Solo me gustaría recibir un beso mas de mi hija, antes de morir.

No se ha portado bien conmigo. Me trajo a este sitio cuando yo aun podía valerme por mi misma, me dejo aquí y se fue sin mirar atrás. No le importaron mis lágrimas, ni mis suplicas para que me llevara con ella. Le prometí no molestarla, pasar desapercibida, pero miró a los ojos de su pareja, después a los míos, y se marcho.

Pero es mi hija, yo le cambie los pañales cuando era un bebe, le cure las heridas de sus rodillas cuando estaba aprendiendo a andar, la sostuve entre mis brazos cuando lloro al abandonarla su primer amor…  la quiero…

Por un momento puedo ver el roble centenario que me ha dado sombra los últimos años. A sus pies se encuentra una niña pequeña, vestida de blanco…  Me sonríe, me llama Mama y agita los brazos para que me acerque hasta ella, y yo corro, corro sin parar... Al llegar a su altura la miro a sus ojos, sus preciosos ojos, y en ellos veo un reflejo.  La imagen que devuelven es de una mujer joven, sin arrugas, ni manchas en la piel… Por momentos no me reconozco, pero sí, soy yo… Agacho mi cabeza y sin hablar le pido un beso a mi niña, un último beso…


7 comentarios:

  1. No solo me ha parecido una historia muy bien contada, también es una realidad que viven muchas personas mayores. Y encima, me has puesto triste.

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  2. Es un tema muy complicado. Puedo llegar a entender el internamiento de nuestros mayores cuando su estado físico o psíquico hace insostenible la situación familiar, pero no alcanzo a comprenderlo en personas que pueden valerse por si mismas. Pero tampoco quiero juzgar a nadie, cada casa es un mundo.

    Y no te pongas triste, que tu eres la alegría de la huerta, jajaja.

    Saludos.

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  3. Yo tengo a mi suegra en una residencia, por decisión de sus tres hijos, a raíz dwe un ictus cerebral que tuvo, y que se le repitió en dios ocasiones, lo cual la dejó privadas de toda su parte izquierda (que apenas puede mover). Mi mat¡rido es el más pequeño de los tres hijos: el mayor, vive lejos, y el mediano es sacerdote. Yo no puedo con mi dsuegra, para levantarla, vestirla y demás, y allí en la residencia, pueden atenderla mejor. Adem´´as, le hacen la rehabilitación, con lo que, a pesar de estar en una silla de ruedas, no está totalmente impedida, e incluso camina un poquito, todos los días, sujeta por las enfermeras, o por nosotros,m cuando estamos. Es raro el dominfgo que no vamos a verla, y ayer, por ejemplo, la trajimos a casa a comer. ¡Mi pena son esas personas mayores a las que su familia no visita... Los dejan como abandonados, aparcados allí, en la residencia. Afortunadamente, no es el caso de mi suegra, que recibe las visitas de sus hijos, aunque el mayor venga menos por la distancia.
    El relato, está muy bien comntado, Antonio.

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  4. Claro, no se puede generalizar.

    Las residencias para ancianos tienen su cometido y son necesarias.
    Yo solo critico la soledad innecesaria a que son sometidos algunos ancianos.

    Saludos.

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  5. Sinceramente Antonio, no tengo palabras para este relato, triste pero real....aunque no podemos juzgar a nadie, como tú bien dices cada casa es un mundo....Saludos.-

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  6. Me quedo con tu frase Rocío, triste pero real...

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  7. Jolín, cuñado, se me han saltado las lágrimas, me da pena de verdad lo que tienen que sentir esas personas cuando ven que los suyos ya no son los suyos, y todo es mas importante que ellos.
    Un beso. Ire.

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