No gustara a muchos, pero que cojones... de todo tiene que escribirse.
CAPITULO 1
La línea que separa la locura de la cordura es especialmente fina, casi transparente.
La línea que separa la locura de la cordura es especialmente fina, casi transparente.
En mi caso tan sumamente delgada que solo necesito un pequeño empujón para romperse.
Yo era una persona llamémosla “corriente”, un chico como cualquier otro.
Tenia amigos (pocos pero buenos), novia (ni muy guapa, ni muy fea) y familia (como la de todos, la que me había tocado en suerte).
Si es cierto que tenia un carácter algo difícil, huraño diría yo, tocapelotas lo llamaban otros, pero nada que hiciera presagiar aquello.
Todo se precipito cuando empecé a trabajar con gente “normal” en una oficina de “locos”.
Si, de locos, porque básicamente el trabajo consistía en hundir al compañero de al lado, pisotearlo si era posible, para así aparecer el primero del ranking que nuestro amadísimo jefe pintaba a diario en aquella odiosa pizarra blanca.
En la “ofi” los palotes no eran de azúcar, sino finas líneas negras pintadas tras el nombre de algún producto y quien más palotes tuviera (el tonto del palote) era el mejor de todos.
Así pasaron mis días durante varios años hasta que aquella presión insoportable empezó a pasarme factura y mi cabeza comenzó a gestar ideas extrañas.
Anhelaba poder ayudar al ultimo de la pizarra, deseaba no tener que engañar a nadie para ser el primero de la misma, me apetecía decirle al jefe lo grandísimo hijo de puta que era, asesinarlo, descuartizarlo y luego quemarlo….es cierto, tenia ideas muy raras en mi cabeza.
Ahora, pasado el tiempo, tengo claro que fue aquel lugar el que acabo por romper los finos hilos que me unían a la realidad, y que igualmente contribuyo a que quienes estaban a mi lado no supieran ver con claridad lo que me estaba ocurriendo a pesar de los signos evidentes.
Entre en un estado de apatía tal que me hizo pasar de los primeros puestos de la pizarra a un permanente ultimo lugar con el consiguiente enfado de mi jefe, enfado que acababa en rabia cuando al llamarme la atención mi respuesta era la indiferencia total y una enorme sonrisa de felicidad en la cara.
Abandone mi higiene personal, entrando en un estado próximo a la catatonia que me impedía realizar las tareas diarias más básicas.
Y entable conversaciones muy interesantes (cuando no, peligrosas o sin sentido) con aquellos chicos que se habían alojado en mi grisáceo y laberíntico ático las veinticuatro horas.
Para entonces mi cuerpo había pasado de un todo en uno, a un todo en varios, y cuando me quise dar cuenta un doctor de bata beige por lo ajada, barba negra teñida, cejas grises y pelo blanco, diagnostico mi enfermedad, “Esquizofrenia Paranoide Transitoria”.
No voy a decir que nos cogiera de sorpresa, mis pepitos grillos y yo hacíamos méritos para ello, se veía venir.
A quien le gusto menos aquello (o más) fue a mi empresa, la cual aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid decidió ponerme de patitas en la calle.
Y como se suele decir que las desgracias nunca vienen solas, a mi novia tampoco le pareció bien compartirme con tantos inquilinos que no podían pagar la hipoteca y pocos días después nos invito a todos a abandonar nuestra casa sin un céntimo en los bolsillos.
Los amigos ya hacia tiempo que los había perdido, así que de repente me encontré solo aunque acompañado constantemente.
Decidí recurrir a la familia.
Con mis padres no podía contar ya que hacia un par de años que disfrutaban de una bonita casa de recreo con vistas a un gran cartel luminoso que, aunque ya no eran capaces de entender, rezaba en letras verdes de neón: “Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios”.
Solo me quedaba por tanto mi único hermano, con el que había roto relaciones aquella vez que sin querer prendí fuego en el salón de su magnífica casa de “La Moraleja”.
Un pequeño incidente sin importancia, si tenemos en cuenta que yo solo pretendía acabar con aquella hilera de hormigas cabezonas que atravesaban su preciado “chaise longue” de piel marca "Divato".
Su mujer, lejos de agradecérmelo, monto en cólera al ver que apagaba aquel pequeño conato de incendio con su impresionante abrigo de marta cibelina.
No perdía nada por intentarlo, así que tire de móvil y lo llame.
- Javier – le dije- , veras, resulta que según un reconocido doctor vengo a estar, sic, como una puta cabra. Temporalmente, cierto, pero como una puta cabra. Yo no conozco muchas cabras putas, ni santas tampoco, pero se ve que en mi trabajo no gustan estos animales y tras hacerme firmar una carta me dieron cinco minutos para recoger mis cosas. A María, si María, mi novia, ¿te acuerdas de ella?.... Bueno es igual, a lo que iba, que a María tampoco le ha gustado el diagnostico y ha cambiado la cerradura de nuestra casa. ¿Tu no tendrás una habitación para quedarme unos días?............ Oye Javier, ¿sigues ahí?....... “tutututututututu”….
Tras tan fructífera conversación me quedo claro que tendría que buscarme la vida yo solo, por lo que centre mis pensamientos en lo más importante para mí en esos momentos, comer algo que apaciguara mis protestonas tripas.
Fue justo así como acabe encontrándome con aquel aterrador payaso dedicado a la restauración de alto standing, Ronald McDonald.
CAPITULO 2
Ronald… el maldito Ronald… solo decir su nombre me produce escalofríos.
Aquel maldito payaso era el causante de que a mis taitantos años no hubiera una sola noche en que no despertara sobresaltado por una horrible pesadilla recurrente.
En ella unos inmensos zapatones rojos de payaso me perseguían sin tregua hasta hacerme caer a un precipicio cubierto en su fondo por cientos de Happy Meal’s y McFlurry’s.
Todo por aquella vez que, justo en mi noveno cumpleaños, mi madre tuvo la genial idea de celebrarlo junto a todos mis amiguitos en aquella hamburguesería.
Ronald apareció frente a mi justo en el momento en que me cantaban el “japiberdeituyu” y yo me disponía a apagar las velas, con aquella espantosa sonrisa roja pintada en su cara blanca.
El susto fue de tales proporciones que en mi retirada agarre la tarta, con tanta mala suerte que resbale cayendo la misma sobre mi cara.
Aun resuenan en mi cabeza las risas de todos los tragaterneras y zampapollos que allí se encontraban… “asín caguen sandíanterah con el rabo y tó”… asín se les caiga la picha a trosos…
Y ahora, allí estaba el, en la puerta del “Templo dela Carne ”, la “Catedral de las Papas Fritas”, el “Mausoleo de la Ternera y el Pollo”….
La boca se me hacia agua, y a pesar del miedo atroz que sentía, mi hipotálamo me jugo una mala pasada y cuando quise darme cuenta estaba encarado con aquel terrorífico clown junto a varios niños que le pedían globos sin parar.
Por un momento quede petrificado, absorto ante aquella cara demoniaca, hasta que Ronald con voz socarrona dijo:
- Hola José María, ¿qué es tu cumpleaños?, ¿quieres un trozo de tarta?, ¡JAJAJAJAJAJAJAJA!
No, aquello no podía estar pasando, tenia que ser fruto de mi locura, una alucinación, un delirium tremens sin alcohol… pero por si las moscas le arree un crochet de izquierda que lo dejo knocaut al instante, tendido en el suelo con sus zapatones rojos apuntando hacia un cielo lleno de globos sueltos por niños que me miraban asustados sin saber que hacer.
Aquel puñetazo fue algo más que un buen golpe, significo una liberación, el adiós a un trauma infantil… pero no pude disfrutar demasiado del momento.
Para cuando quise darme cuenta mis pies, mas inteligentes que mi cabeza, ya habían echado a correr, huyendo despavoridos justo delante de una turba enfurecida de gorras rojas con una gran M pintada.
No tarde demasiado en darles esquinazo y tras recobrar el resuello mire a mi alrededor encontrándome, cosas del destino, con aquel puticlub al que tantas veces había ido con mi jefe mientras era su ojito derecho, “A tomar por copas”.
Aquello me hizo reflexionar sobre mis prioridades y tras un intenso dialogo de mi pene con mis tripas el primero acabo ganando y se llevo toda mi sangre a su terreno.
CAPITULO 2
Ronald… el maldito Ronald… solo decir su nombre me produce escalofríos.
Aquel maldito payaso era el causante de que a mis taitantos años no hubiera una sola noche en que no despertara sobresaltado por una horrible pesadilla recurrente.
En ella unos inmensos zapatones rojos de payaso me perseguían sin tregua hasta hacerme caer a un precipicio cubierto en su fondo por cientos de Happy Meal’s y McFlurry’s.
Todo por aquella vez que, justo en mi noveno cumpleaños, mi madre tuvo la genial idea de celebrarlo junto a todos mis amiguitos en aquella hamburguesería.
Ronald apareció frente a mi justo en el momento en que me cantaban el “japiberdeituyu” y yo me disponía a apagar las velas, con aquella espantosa sonrisa roja pintada en su cara blanca.
El susto fue de tales proporciones que en mi retirada agarre la tarta, con tanta mala suerte que resbale cayendo la misma sobre mi cara.
Aun resuenan en mi cabeza las risas de todos los tragaterneras y zampapollos que allí se encontraban… “asín caguen sandíanterah con el rabo y tó”… asín se les caiga la picha a trosos…
Y ahora, allí estaba el, en la puerta del “Templo de
La boca se me hacia agua, y a pesar del miedo atroz que sentía, mi hipotálamo me jugo una mala pasada y cuando quise darme cuenta estaba encarado con aquel terrorífico clown junto a varios niños que le pedían globos sin parar.
Por un momento quede petrificado, absorto ante aquella cara demoniaca, hasta que Ronald con voz socarrona dijo:
- Hola José María, ¿qué es tu cumpleaños?, ¿quieres un trozo de tarta?, ¡JAJAJAJAJAJAJAJA!
No, aquello no podía estar pasando, tenia que ser fruto de mi locura, una alucinación, un delirium tremens sin alcohol… pero por si las moscas le arree un crochet de izquierda que lo dejo knocaut al instante, tendido en el suelo con sus zapatones rojos apuntando hacia un cielo lleno de globos sueltos por niños que me miraban asustados sin saber que hacer.
Aquel puñetazo fue algo más que un buen golpe, significo una liberación, el adiós a un trauma infantil… pero no pude disfrutar demasiado del momento.
Para cuando quise darme cuenta mis pies, mas inteligentes que mi cabeza, ya habían echado a correr, huyendo despavoridos justo delante de una turba enfurecida de gorras rojas con una gran M pintada.
No tarde demasiado en darles esquinazo y tras recobrar el resuello mire a mi alrededor encontrándome, cosas del destino, con aquel puticlub al que tantas veces había ido con mi jefe mientras era su ojito derecho, “A tomar por copas”.
CAPITULO 3
La entrada a aquella madriguera del placer y la depravación estaba franqueada por Abou, un negro de ojos enormes, nariz achatada y labio superlativo.
No tardo demasiado en reconocerme, dando enormes muestras de alegría al hacerlo.
- ¡Señor Don José María¡, ¡pero qué sorpresa verlo por aquí¡. Hacía ya mucho que su persona no pisaba este afamado lugar, este reconocido vergel, el paraíso de los casados y solteros, el picadero de políticos, banqueros y demás fauna libertina… Bienvenido a su querido club, bienvenido a, “A tomar por copas”.
- Gracias Abou – le dije-, tu siempre tan amable a pesar de la miseria que te pagan aquí. Cierto, hace mucho tiempo que no venía. No habrá entrado por casualidad esta noche un payaso de pelo rojo, ¿verdad?. Veras, resulta que tengo unos asuntos pendientes con él y no me gustaría encontrármelo. Aunque ahora que lo pienso bien… creo que nunca más me perseguirá hasta el precipicio.
Abou me miro extrañado durante unos segundos, pero tras pestañear varias veces me dijo:
- Anda, anda, Don José María, pase usted adentro que lo único con pelo rojo en todo su cuerpo que encontrara aquí tiene una ciento veinte de pecho y se llama Estefanía. Pero que cosas más raras dice. Sin ánimo de ofender, ¿no vendrá drogado usted?.
Preferí pasar por alto aquel desacertado comentario de mi tostado amigo y sin darle tiempo a reaccionar me adentre en la oscuridad neonizada del lupanar.
Aun era temprano pero a pesar de ello ya había bastantes parroquianos en el lugar.
En esas reflexiones estaba cuando recordé que no tenía ni blanca en los bolsillos, pero sin amilanarme por ello me acerque a la barra a pedir una copa.
- A ver Gastón, un vaso de agua y rapidito que no tengo todo el día.
- A ver Gastón, un vaso de agua y rapidito que no tengo todo el día.
Inmediatamente comprendí que no debía ser ese el nombre del camarero (aunque en las películas todos se llaman Gastón), porque al mirarme lo hizo con cara de pocos amigos y me contesto con modales impropios de un profesional de la hostelería.
- Amigo - me dijo -,le recuerdo que esto, entre otras cosas, es un bar y en los bares se viene a beber. Así que si piensa tocarme los cojones le recomiendo salga por donde ha entrado sin hacer el menor ruido, o de lo contrario me veré obligado a hacerle una ortodoncia gratuita y sin anestesia.
Quise contestar como se merecía aquel desabrido mozo, pero no pude hacerlo porque justo en ese momento el señor que estaba sentado de espaldas a mi lado y cuyas manos descansaban sobre un perfecto trasero se volvió, llevándome un susto tal que dos gotitas de pis acabaron manchando mis bóxers en la parte delantera y algo más consistente lo hizo en la trasera.
- Hombre José María - me dijo aquel señor no hace mucho tiempo también conocido por mí como “Maldito Jefe Cabrón”, “Maldito Jefe Hijo de Puta”… y otra serie sin fin de adjetivos calificativos del mismo estilo -, ¿qué tal todo?. Me alegra verte por aquí, eso es señal de que vas recuperando la cordura y las buenas costumbres. Bueno, bueno, no me mires así tan serio que acabaras asustándome. ¿Te hace una copa y pelillos a la mar?.
En aquel momento algún resorte debió moverse en mi cabeza y de repente deje de escuchar a los inquilinos que desde la buhardilla plomiza donde habitaban me habían venido guiando últimamente en todos mis actos.
Pero si esos okupas perturbados se acababan de ir, no por ello tenía menos claro que seguían morando en mi otros arrendatarios “cuerdos” con exagerados sentimientos de venganza hacia quien había provocado en mí aquella locura transitoria causante de la perdida de mi trabajo, de mis amigos, de mi familia y de mi novia. De mi vida en resumen.
Tal vez por ese motivo sería mejor que a los ojos de mi exjefe yo siguiera siendo un pirado excéntrico. Eso podría venirme bien en un futuro no muy lejano, así que me puse manos a la obra.
- Don Jefe, jefecito, jefetón – le dije -, pero que alegría verlo en este comedor social junto a estas pobres indigentes sin techo. Conociendo su misericordia no es extraño verlo aquí ayudándolas en todo lo que necesitan.
Mi jefe me miro sorprendido, pero dado su carácter canalla paso rápidamente de aquel estado a esbozar una sonrisa pérfida en su cara que no auguraba muy buenas intenciones.
- Por supuesto amigo mío – me dijo -, ya sabes que para mí no hay nada más importante en esta vida que la filantropía, la caridad, el altruismo y el desprendimiento, cual Teresa de Calcuta pero en cuerpo de hombre. De hecho, sabiendo que te encuentras sin trabajo me gustaría poder ayudarte de alguna forma.
- ¿De verdad Señor Líder Supremo?. Pero que buenísimo que es Su Excelencia, ¿y que había pensado para hacerlo?
- Ummm … creo que empezare por satisfacer tus necesidades carnales. ¿Qué te parece?.
- Gracias Ser Superior, no sabe cuánto se lo agradezco. Que estoy a punto del rescate financiero pero eso no impide que me duelan las pelotas de lo cargadas que están. Solo una exigencia si me lo permite, Excelentísimo Caudillo General. Deseo que usted me acompañe durante el trance genital junto a alguna de estas menesterosas que, repito, tan desinteresadamente ayuda. Vaya usted preparándolo todo, mi Coronel, que voy a la toilette y enseguida vuelvo.
No sabía muy bien que podría estar preparando aquel desgraciado, pero se había presentado la oportunidad para darle un escarmiento por todo lo que me había hecho pasar y no la perdería.
Así que allí deje a aquel anormal con sus elucubraciones y volví junto a mi amigo Abou, el moreno gigantoide de la puerta.
- Hola de nuevo, Abou.
- ¿Qué demonios quiere ahora Don José María?
- No seas tan desagradable por favor. Veras, tu sabes y yo también que en este antro te pagan un miseria, por lo que no te vendría mal un buen suplemento que yo gustosamente estoy dispuesto a pagarte, y para eso, acerca tu oído que solo tendrás que hacer lo siguiente…
Abou pareció entenderlo todo y aunque reacio en principio acabo asintiendo con un exagerado vaivén de cabeza que me aporto algo de aire fresco en aquel tugurio.
Yo ya conocía de los gustos de mi exjefe por anteriores visitas, así que no me había costado mucho adivinar que me llevaría a aquel cuarto donde nos encontrábamos ahora.
El habitáculo en cuestión estaba iluminado tenuamente y taladradas literalmente sus paredes de agujeros.
Los había a más o menos altura, dependiendo del uso que se le quisieran dar.
No creo que deba entrar en más detalles, que todos los lectores ya se habrán hecho una idea.
- José María, te doy el privilegio de ser tu el primero en utilizar el agujero que quieras – me dijo mientras se le dibujaba una mueca perversa en la cara –
Conociendo como conocía al sujeto nada bueno podía traer aquello, así que automáticamente le respondí.
- No por favor, amado patrón, eso nunca. Usted es el anfitrión y debe ser quien disfrute primero. Mire, mire, justo por allí asoma una lengua muy carnosa de alguna bella mujer que ,según me han contado en otras ocasiones, practica besos negros de excelente calidad.
Ya sabía yo de antemano que ante aquella propuesta no se podría negar dado su carácter viciosillo, y ni corto ni perezoso se bajo los pantalones y arrimo sus desnudas posaderas a aquel agujero.
Agujero que previamente, a indicaciones mías, había ocupado en su parte posterior el amigo Abou y de apellido Mandinga, el cual de un golpe certero pero no por ello menos doloroso, acabo con la virginidad anal de mi querido exjefe.
La cara se le contrajo, apretó los dientes, y mientras gritaba de dolor se lanzo al vacio en plancha alejándose de aquel orificio infernal.
Sin perder un segundo eche a correr hacia la salida mientras le decía a gritos:
- Ahí lo tiene Maestro Palotero, ¿no le gustaban los palotes?, ¿no valía todo para conseguirlos?, pues toma palote gordo.
Aquello definitivamente no arreglaría mi vida, pero mi cabeza estaba curada y tenia la satisfacción de haber dado su merecido a aquel ser despreciable.
No sabía muy bien a donde ir, ni que hacer, pero eso pertenece a otra historia.