Para el resto del mundo aquel vacio suponía una tara
con la que yo debía vivir.
Sin embargo, para mí era simplemente una marca de guerra,
una muesca más en la culata de aquel adversario que hacía meses vivía conmigo
.
Era un enemigo duro, sin duda el más duro al que me había enfrentado,
aunque eso no me hacia tirar la toalla.
Yo le hacía creer que tenia la batalla ganada, que sería pan
comido, pero todo era una estrategia para acabar con él.
La realidad es que yo era la rival más fuerte a la que se había
enfrentado nunca, una luchadora incansable que utilizaba todos los medios a su
alcance para ganarle.
Combatía con una sonrisa el dolor, con una palabra de ánimo el
desconsuelo, con maquillaje las marcas de mi piel, con dignidad las nauseas que
me provocaba.
Y en cada uno de esos gestos ganaba puntos en la partida
mortal.
No estaba sola en ella.
Me acompañaba mi chico, el Rey Blanco de la partida, pero también
hombres y mujeres de batas blancas que ejercían de peones y torres, de alfiles
y caballos y que con cada uno de sus movimientos intentaban frenar al
poderoso y cruel Rey Negro.
En estos momentos la partida está en tablas, pero mi próximo
movimiento será imparable, lo rodeare con todas mis piezas y acabare con él.
Sera eso o perder la batalla, pero nunca me daré por vencida.
Tengo que reconocer que al principio de todo, al enterarme
de quien me retaba, tuve miedo.
Pero aquello solo duro unos minutos, los que tarde en bajar
desde la consulta de aquel hospital hasta el parking donde tenía mi coche.
Al montarme en el ya sabía que había empezado una batalla
cruenta, que me dejaría secuelas importantes y que en el peor de los casos acabaría
conmigo.
Marque el teléfono de mi pareja y sin ningún tipo de preámbulos,
con la naturalidad de quien ya ha aceptado el rol que debe asumir en este
juego, le dije que tenía cáncer de mama.