La señora estaba siempre sentada junto a la escalera mecánica,
con sus rodillas pegadas a la cristalera que, desde lo más alto de la estación,
nos separaba de los trenes que abajo en las vías iban y venían continuamente.
Con la mirada fija al frente, sin inmutarse ante el
constante trasiego de viajeros que pasaban a su lado ignorando su presencia.
La primera vez que la vi no le preste demasiada atención. Al
fin y al cabo solo era una persona mayor que utilizaba su tacatá para descansar
mientras, suponía, esperaba su tren.
Y es que yo siempre acababa bajando al andén, en busca de mi vagón, mientras ella se
quedaba allí.
Pero con el paso de los días mi curiosidad por aquella mujer
se incremento, y mi mente empezó a formar historias unas veces alocadas, otras
sin sentido, sobre el motivo de su estancia en aquel sitio. Justo en aquel
sitio, ni un centímetro más a su derecha o izquierda, hacia delante o atrás,
siempre el andador perfectamente alineado en las mismas baldosas.
Un día, obsesionado con ello, decidí perder mi tren con la
esperanza de comprobar que la llevaba hasta aquel mirador de historias.
Durante un buen rato no paso nada. Ella continuaba allí, la
vista fija, inmóvil.
Hasta que de repente observe como giraba su cabeza hacia la
escalera mecánica a su izquierda.
Como un resorte me levante del asiento en que me situaba tras
ella para poder ver lo que había despertado su atención. Nada, en ese momento
la escalera estaba vacía, no había nada, ni nadie.
.
Aunque ella parecía seguir con su mirada alguien, o algo,
que subía hasta allí.
Y fue justo cuando su cabeza paro de seguir aquello que yo
no veía, pero que ya estaba junto a ella, cuando la vi sonreír.
Levanto sus manos en un abrazo lleno de amor, se fundió en
un largo beso inundado por lágrimas, y aunque con dificultad por el ruido que un cercanías
formaba a su llegada, puede escucharla claramente decir… “Miguel”.
Tras esto, se levanto poco a poco, y parsimoniosamente
arrastro su andador hasta salir de la estación.
Perdi el tren durante tres días más, y en ellos siempre ocurrió
lo mismo. Como si de una coreografía se tratara.
Pense que la demencia senil había
hecho mella en aquel frágil cuerpo, y decidí olvidarme del tema.
Pero hoy, la señora no está allí, las baldosas no están
ocupadas y no hay rodillas que choquen con la cristalera.
Me monto en mi tren preguntándome que habrá sido de ella, y entonces
un revisor se acerca hasta mí para pedirme el billete.
Se lo doy, pero no puedo evitar preguntarle.
- Perdone, no quisiera molestarle, pero supongo que también
usted habrá visto la señora que todos los días se sienta en su tacatá, justo arriba.
Hoy no se encuentra y me preguntaba que ha podido ocurrirle.
- ¿La Señora María? Hace meses que murió.
- Disculpe, creo que no hablamos de la misma persona. Es
una señora muy mayor que aprovecha su andador para descansar.
- Señor, esta señora la conocíamos todos los que trabajamos aquí,
y murió hace varios meses en el mismo lugar donde esperaba diariamente a su
novio de toda la vida, Miguel, el cual hace muchisimos años que marcho en un tren y nunca volvió.
No tiene más que hablar con cualquiera de mis compañeros y se lo confirmara, es
una historia muy triste. Tome usted su billete
.
Mientras el revisor se aleja tengo una sensación rara, de
desasosiego. Me cuesta respirar mientras hilo los detalles… Las mismas baldosas ocupadas, los mismos
gestos siempre, el mismo tono de voz, las cientos de personas que pasaban a su
lado sin mirarla…